Anabel Alonso es una actriz progresista, lo que en la España de hoy no deja de resultar una reiteración ociosa, de la misma forma que si habláramos de progresismo inteligente estaríamos incurriendo en una contradicción in terminis. Ahora presenta el programa de A-3 TV, Estoy por ti, un programa para buscar pareja, porque su presidente, José Manuel Lara, es un hombre tolerante, ávido lector con inquietudes culturales, especialmente la inquietud de vender muchos millones de euros de cultura. En una entrevista con La Razón, publicada el miércoles 20, Anabel nos aclara el muy progresista planteamiento del espacio :

-Me imagino que está previsto que también encuentren pareja los gays pregunta el entrevistador, sin que uno acabe de columbrar cómo se puede imaginar tal cosa.

-Sí, claro que sí ratifica, rauda, Anabel-. En Estoy por ti no hay limitaciones por edad, sexo No hay limitaciones por nada. El amor no conoce barreras.

El razonamiento corresponde, en efecto, a toda una progresista. A Anabel le ocurre lo mismo que a nuestro presidente del Gobierno, el inefable Mr. Bean, cuyo argumento más profundo cabe en un slogan. Porque dicho así, ¿quién estaría dispuesto a negar que el amor no conoce barreras?

Luego lo piensas, no más de cinco segundos, y llegas a la conclusión de que el amor no sólo conoce barreras, sino que es, en sí mismo, una barrera. No, no me estoy refiriendo al hecho de que el llamado amor homosexual ni sea amor ni sea sexo, sino sólo la malsana y cochina introducción del falo en un sitio tan oloroso como el ano. No, no voy por ahí, palabra que no. Hablo del único amor posible, el heterosexual. El amor tiene limitaciones, entre otros la de la exclusividad, porque si no tuviera limitaciones uno no amaría a una, sino a todas, y a ellas les ocurriría lo mismo.

El amor es un voto, un compromiso, y los compromisos son, por definición, excluyentes y limitativos. Nada más exclusivo que el amor. Hasta el infiel se ve obligado a romper con un amor exclusivo, antes de hacer exclusivo al siguiente. De lo que la señorita Anabel está hablando debe de ser una cama redonda, una orgía o una casa de lenocinio, pero no amor.

El que no tiene límite es el perro : a un perro le sirve cualquier hembra de su especie (he dicho hembra y he dicho de su especie. No se por qué, pero creo que conviene aclarárselo, no a los perros, sino a algunos humanos). Incluso con una diferencia: la perra, salvo las muy perras, rechazan al macho si el instinto les dice que no están en el periodo hábil para procrear. En eso aventajan a algunas señoras. Los perros no son libres, por tanto son incapaces de amar, nada racionales y no aman, pero tienen muy claro que no se puede separar sexo de procreación, es decir, que los perros son menos frívolos que los progres. Y el hombre no se diferencia del perro, o no debería, por unir sexualidad y procreación, sino por unir sexualidad y amor.

En el fondo, el drama del progresismo es la teoría de los límites. El progresismo, hijo tonto del relativismo filosófico, asimismo vástago retrasado del racionalismo, es una necedad inconmensurable que puede resumirse así: ¿Dónde está el límite? La respuesta primera del progre (ya está dicho : hijo tonto de un hijo tonto) es la siguiente: no existen límites. Pero, claro, eso es tan imposible como volar. Así que el progresista vive en la desilusión permanente de quien no conecta con la realidad, clave de la cordura, sí, pero también de la realización personal y de la alegría. Porque la felicidad tiene mucho que ver con la teoría de los límites.

Eulogio López