Sr. Director:



Como cada domingo de una sempiterna mañana que prolongamos hasta que alguien insistentemente nos anuncia la hora de comer, nos dirigimos a tomar el aperitivo al lugar de siempre. Transcurridos unos minutos, nuestra particular conversación se ve interrumpida por la locuacidad de quienes, animosamente, elevaban el tono por encima de la media, con la convicción de quien afirma algo sobre lo que no cabe discusión alguna:

Que lo de Forum y AFINSA era una estafa, todo el mundo lo sabía, claro que…siempre hay alguien que pretende conseguir duros a cuatro pesetas. Como si los que tenemos los ahorros en el banco fuésemos tontos. Pues, que se jodan ¡Menudos listillos! Y ahora quieren que todos les paguemos, ¿acaso ellos repartieron sus beneficios con el resto?

"¡Menuda caradura tienen!", afirmó otra de las voces con rotundidad, para continuar: "mira, yo conozco el caso de alguien que…"

Si es que nadie da duros a cuatro pesetas  -se repite con insistencia y aprobación de la mayoría asistente-, esgrimiendo una serie interminable de aspavientos y muecas propias del acuerdo de los allí presentes. 

¿Cuántas veces hemos escuchado, con asombro, una afirmación rotunda que consideramos cuestionable?, ¿con qué frecuencia nos hemos sentido perjudicados por el juicio unánime de unos hechos cercanos?, ¿por qué siempre se repiten las mismas aseveraciones, hasta de aspectos de indudable complejidad? Y no me refiero únicamente a este ejemplo.   

Es práctica habitual que determinadas afirmaciones comúnmente aceptadas vengan a sentar cátedra y excluir, con inusitada eficacia, opiniones adversas, poniendo un punto final al diálogo, dando por concluido el asunto, que ya no merecerá ni tan siquiera seguir debatiéndose porque las claves han sido descifradas a la vista de la lectura o interpretación de unos acontecimientos -acaso intencionadamente esgrimidos para apoyar el propósito buscado-  que se nos muestran y estimamos suficientes y ciertos. En este escenario, cualquier sombra de duda u observación contraria a la corriente general nos sitúa en una posición de incomprensión y aislamiento. Arduo propósito expresar una posición diferente, un análisis distinto de los hechos, añadir aspectos desconocidos o conscientemente olvidados.

Junto a la cada vez más extendida y común ocupación de los mortales a inmiscuirnos en la vida privada de los demás, alentada y explotada hasta la extenuación por la "caja tonta", asistimos a una ausencia de juicios personales y, contrariamente, al auge de posiciones universales seguidas por la mayoría. Las connotaciones peyorativas de términos como muchedumbre, masa, pueblo, populacho, etc., podrían fundamentarse en las ocasiones en que la expresión concluyente de un conjunto mayoritario de individuos ha sido manipulada, dirigida y orientada concienzudamente en beneficio de quienes se atribuyen verdades o causas justas universales y para esconder profundos intereses.

Los comentarios al uso sobre la crisis filatélica forman parte ya del acervo popular. Tópicos, frases hechas, acusaciones aún sin demostrar y "aceptadas verdades" han sustituido la falta de pronunciamiento de los tribunales, transcurridos año y medio desde el origen de la crisis. Muestra más que evidente de que el tema, al menos, es lo suficientemente complejo como para plantearse una duda razonable sobre lo ocurrido, como para dudar del veredicto anticipado desde distintos círculos mediáticos, como para poner en tela de juicio los auténticos intereses subyacentes o denunciar, una vez más, la pasividad de las autoridades competentes en la regulación de la actividad empresarial. Como para concluir que el escaso eco o denuncia de esta falta de asunción de funciones gubernamentales -por los mismos medios que tan absolutamente se posicionaron denunciando y admitiendo como probados hechos sin constatar-  no puede ser casual.

A nadie extrañe, por tanto, que ante la dilación cada vez más incomprensible de los procesos abiertos, las sorprendentes declaraciones vertidas desde el Gobierno, la ausencia de auténticas medidas de ayuda y la manifiesta incomprensión social, el hastío y la impaciencia comience a hacer mella entre los "infectados" congregándose para reducir a cenizas las fotografías de los responsables directos.

Y como si de un efecto boomerang se tratase y, continuando con la "línea informativa" de los espacios televisivos al uso, tampoco me sorprendería que una visión de las partes pudendas de aquellos acompañasen nuestros dulces sueños en las frías noches de invierno. 

Antonio Pérez Gallego

mozasmo@wanadoo.es