El intento de dimisión del presidente boliviano, Carlos Mesa, pone en jaque a todo el sector energético mundial. Su homólogo venezolano Hugo Chávez financia, con el dinero procedente del alto precio del crudo, a movimientos indigenistas en el subcontinente americano. El cocalero Evo Morales mantiene serios lazos con la revolución bolivariana emprendida por el populista Chávez, y es esta revolución la que no sólo quiere controlar el petróleo venezolano sino también el gas boliviano. Esta es la razón de fondo de los movimientos sociales emprendidos en los últimos meses en uno de los países más pobres de Hispanoamérica.

Bolivia está sentada en una bolsa de gas y la irresponsabilidad indigenista impide la exportación energética a Estados Unidos, que permitiría el ingreso de divisas y el desarrollo del país. Pero ya se sabe cómo a Estados Unidos ni agua, y a George Bush ni la hora. Ante semejante gesto de irracionalidad económica, el mundo del petróleo está nervioso.

Tras la renuncia del anterior presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, los petroleros mantuvieron una reunión en la que acordaron poner fin al desorden existente financiando un golpe de Estado militar. El representante de Repsol YPF, la compañía energética con más intereses en Bolivia, se levantó entonces de la mesa afirmando no estar dispuesto a financiar golpes de Estado. La situación entonces quedó en tablas porque Carlos Mesa parecía ofrecer estabilidad, pero tras la renuncia del presidente boliviano y la agitación cocalera de nuevo en las calles, el ruido de sables se vuelve a hacer notar en Bolivia.