Sr. Director:
Le ruego me permita terciar en la polémica suscitada en sus páginas.

 

Hasta ahora no había compartido demasiado sus afirmaciones, excesivamente poco matizadas, porque los deberes de justicia y los de caridad no se pueden confundir, y éstos no se pueden exigir por la ley (vid. León XIII, Rerum novarum, § 16; Pío XI, Quadragessimo anno § 47).

Pero con su última precisión empiezo a estar de acuerdo: las puertas deben estar igualmente abiertas y fáciles de traspasar para salir como para entrar. No hay justicia en que la expulsión sea dificultosísima, existiendo causas más que suficientes mientras la entrada sea facilísima. Ambas facilidades o dificultades deben ir parejas.

Una entrada legal fácil debería ser un buen principio para la contraprestación indicada: se controlaría mejor para bien del inmigrante (evitándoles abusos por desprotección) y de la sociedad. Y la expulsión de los ilegales debiera ser -entonces- de oficio con toda justicia.

Con el derecho natural de todos los hombres a emigrar deben salvaguardarse otros derechos a la par:

- El de los socios de la comunidad establecida a gozar de cierta prioridad ante la misma (si no, el poseer una nacionalidad carecería de sentido; como el socio de un club goza de tarifas especiales).

- No puede admitirse que una vulneración de la ley sea fundamento de derechos ante la ley. Lo que no vale para los ocupas, ni para los ladrones, tampoco puede valer para los inmigrantes ilegales, sin socavar todo derecho.

- Es falso que ningún hombre pueda ser 'ilegal'. Al contrario, sólo los humanos pueden cumplir o vulnerar las leyes: no hay montes, plantas, animales, ni siquiera armas ilegales por esencia, sí su tenencia o uso por los hombres. Y recuérdese que los nacionales podemos ser conductores o médicos ilegales sin los debidos trámites.

- Debe reclamarse una integración de educación: no de lengua, raza, vestimentas o gustos, sino de comportamientos. Es decir, moral.

Y aquí llegamos a la raíz del problema. No todas las culturas (que se definen por su fundamento religioso) son iguales en el comportamiento moral que enseñan y, por lo tanto, fomentan, aunque sea de modo ambiental más que automático.

Las presuntas xenofobias ante la inmigración no desaparecerían, pero se disminuirían y aclararían si se explicitaran ciertos distingos. Rechazar a 'negros' o 'sudacas' porque sí es absolutamente inaceptable. Pero es igualmente deshonesto ocultar que los musulmanes que siguen sus doctrinas (trato a la mujer, trato al infiel, jihad, etc.) más estrictamente son vecinos no integrables, indeseables y hasta peligrosos.

Por cuanto la integración deseada haya de ser moral no todas las religiones son iguales ni aceptables. Y obsérvese que los musulmanes normales -es decir, los poco o nada practicantes, como tantos cristianos españoles- no son el problema sino el Islam mismo y quienes lo aplican estrictamente.

¡Qué falso es que sea equivalente que cada cual sea buen discípulo de su religión! Porque no es lo mismo ser buen discípulo de la verdad que de la impostura.

Puertas abiertas, tanto para acoger al que lo necesita como para expulsar al que se lo merece.

Y nada de equiparaciones, que sabemos falsas pero nadie exterioriza, acerca del Islam como doctrina moral.

Luis María Sandoval