La primera noticia que revela un giro hacia la paz en la guerra entre Israel e Hizbolá llegaba en la mañana del martes 8. La iniciativa no procedía ni del Consejo de Seguridad, ni de Francia, ni de EEEUU ni de ninguna otra potencia sino del Gobierno libanés, que se considera agredido por Israel.

El primer ministro hebreo, Ehud Olmert, aceptaba la propuesta del Gobierno de Beirut, en principio su enemigo, de desplegar 15.000 soldados en el sur del Líbano. Eso sí, Israel exige que esa fuerza de interposición, no internacional sino libanesa, desarme a la milicia de Hizbolá. De esta manera, Jerusalén deja claro que su enemigo no es Líbano sino los fundamentalistas islámicos de Hizbolá.

Naturalmente, el problema es saber si el ejército libanés tiene capacidad para conseguir ese desarme. Cuando a Hizbolá, que recibe armamento de Siria y el apoyo de Irán, no ha podido neutralizarle el eficaz ejército hebreo. En definitiva, para que la propuesta tenga éxito, Damasco y Teherán deberán doblarle el pulso al jefe de Hizbolá, el jeque, Hasan Nasralah.