El ministro de Industria puede decir lo que quiera, pero el hecho es que su visita a la sede del grupo Volkswagen, en la ciudad alemana de Wolfsburg, no sirvió para cambiar lo más mínimo la política de la multinacional alemana respecto a la factoría española SEAT. Primero, le recibió Bernd Pischetsrieder, en teoría el número 1 de VW pero que en la práctica manda menos que un gitano en un juzgado. El verdadero poder en la multinacional alemana lo ejerce su antecesor en el cargo y actual presidente del Comité de Vigilancia, Ferdinand Piech, entre otras cosas porque tras la compra de Porche, su familia se ha convertido en el primer accionista de la primera empresa europea de automoción, por delante, incuso, del Estado de Baja Sajonia.

A Piech ni le gusta España ni le gusta SEAT. LO único que le gusta de la factoría española es el crédito fiscal que aún posee y las subvenciones públicas, que ha recibido tanto del Gobierno español como del catalán. Sólo en 2003, SEAT recibió en concepto de subvención para investigación y desarrollo 147 millones de euros del Gobierno español. Por lo demás, la política de Piech respecto a SEAT puede resumirse en los siguientes puntos:

1. Se ha encargado de colocar a SEAT en la órbita de Audi, lo que supone que seguir con el viejo proyecto de convertir la factoría de Martorell en un centro de diseños de coches deportivos y de lujo. Para eso, con menos de 1.000 personas, de las 14.000 que componen la plantilla, bastan y sobran.

2. Ha paralizado la promoción de la marca SEAT, a día de hoy totalmente desconocida fuera de España. Al tiempo, envía a Barcelona a directores comerciales que no saben español, pero que tienen mucha prisa por aprender a navegar en la Bahía de Palma.

3. Ha expulsado del Consejo de Administración, y sin que nadie arme revuelo, a los representantes españoles, salvo un ejecutivo alemán de nacionalidad española, que trabaja y vive en Alemania.

4. Transmite, a través de Pischetsrieder el mismo mensaje que recibió Montilla, más que nada para tranquilizar a los alemanes: VW quiere seguir con SEAT, pero no podemos afrontar un proceso ininterrumpido de pérdidas. La verdad es que esas pérdidas justificarían cualquier recorte de plantilla. Ahora mismo, la política comercial de SEAT es nula, y tras el reciente ERE vendrán otros, por más que cualquier repunte en las ventas, sin esfuerzo promotor alguno, que conste, sirva para contratos a un grupo de obreros de baja cualificación.

La verdad es muy otra: VW quiere acabar con la marca SEAT porque no le aporta nada. Es a los trabajadores alemanes a los que tiene que proteger, y su instinto de protección llega a tal nivel que incluso fleta aviones para que los líderes sindicales puedan viajar a Brasil a retozar con prostitutas de aquel país, lo que ha ocasionado un escándalo mayúsculo en Alemania. Por su parte, los trabajadores checos de Skoda cobran sueldos menores y hacen coches perfectamente vendibles en España. De cualquier modo, la producción de SEAT mantiene un paulatino descenso.