Sr. Director:

Zapatero ha entrado en la Historia de la forma más lamentable que imaginarse pudiera, aunque quede por ver hasta qué extremo lo empeora. La alternativa es bien elocuente. Tenemos por un lado la opción directamente catastrófica de que el Congreso permita que este texto, más o menos maquillado por los presuntos «retoques» que sugirió anteayer Fernández de la Vega, se convierta en ley, destruyendo así el Estado constitucional del 78. Y nos queda por el otro la opción simplemente pésima de rechazar lo que el 85% del Parlamento catalán ha aprobado, siguiendo un procedimiento formalmente irreprochable.

No hay término medio porque es obvio que ni Carod, ni menos aún Artur Mas tras su sacrificio final en el altar del patriotismo catalán, aceptarán las tropecientas enmiendas imprescindibles para convertir esa criatura elefantiásica, heterogénea y contrahecha en algo armónicamente constitucional, pues ello supondría que, tras el paso por la Comisión que no en vano preside Alfonso Guerra, a su Estatut no lo reconocería «ni la madre que lo parió». Pero cinco años de condescendencias, cuando no de complicidades, hacia un Maragall del que lo más suave que dicen propios y extraños es, directamente, que está grillado, le contemplan ya desde las colinas de las hemerotecas.

Si este artefacto legislativo es mucho más peligroso y grave que el propio plan Ibarretxe es, entre otras razones, porque sus derechos de autor los devenga, como mínimo al 50%, el mismísimo presidente del Gobierno. Y eso, además de una fuente de confusión inenarrable, supone una irresponsabilidad tan descomunal que no es de extrañar que dispare las más esotéricas especulaciones. Cotejar la morfología de esta aterradora criatura legislativa con los esfuerzos públicos y ocultos realizados desde La Moncloa para darle la vida obliga a frotarse los ojos con incredulidad. Aconsejo vivamente tal salto de trampolín hacia el más insondable de los pasmos.

Anímense, pasen y lean. La autodeterminación de Cataluña como «nación», la imposición unilateral de un falso federalismo a España, la obligatoriedad del uso del catalán, la sustitución de los valores constitucionales por un nuevo catálogo de derechos y deberes «catalanistas», la creación de un sistema judicial propio, el hurto y posterior blindaje de una serie de competencias exclusivas del Estado o la confiscación de los tributos destinados a financiar políticas de cohesión, solidaridad o simple desarrollo territorial, sustituyéndolos por el magro óbolo de la «cuota de retorno» -por citar sólo las barbaridades más notables, absolutamente inimaginables hace sólo un lustro- no son sino el resultado de las siguientes circunstancias políticas:

1) La apuradísima elección de Zapatero como líder del PSOE con el decisivo apoyo del PSC de Maragall y Montilla.

2) La promesa de sustituir el satisfactorio Estatuto en vigor por uno nuevo, formulada por Maragall como arma de confrontación con el PP, cuando daba por hecho que sería el partido de Aznar el que seguiría en La Moncloa.

3) El compromiso de Zapatero de aceptar y respaldar el texto que viniera de Cataluña, cuando -como bien acaba de apuntar el propio Guerra- nada indicaba que fuera a encontrarse en la tesitura de tener que cumplirlo.

4) El respaldo de Zapatero, contra el criterio de la opinión mayoritaria en el PSOE, a que Maragall formara Gobierno con Esquerra Republicana y a que mantuviera dicha coalición a pesar del encuentro clandestino y desleal de Carod con la cúpula de ETA. 5) El estímulo de Zapatero a las pretensiones más extremistas incubadas tanto en el tripartito como en CiU, admitiendo una y otra vez que Cataluña pueda autodenominarse «nación» y sembrando constantes dudas -incluso en sede parlamentaria- sobre la identidad y unidad de España.

6) Los ímprobos esfuerzos finales de Zapatero por ayudar a Maragall a llevarse al huerto al pobre Mas, reuniéndose con él reiteradamente en La Moncloa para cambiarle el discurso del requisito de la constitucionalidad por el del mandadme el Estatut que os dé la gana que luego ya veremos cómo nos las arreglamos entre todos. Estos son los hechos, con el 11-M -ahí es nada- actuando como cooperador necesario, como catalizador incluso, de tal cadena de fatalidades y disparates.

José Luis Sanchez

smaara@wanadoo.es