Es lo mismo que Picasso trataba de decir cuando explicaba que todo su objetivo consistía en volver al origen, esto es, en pintar como cuando era un niño, en pintar como pintan los niños.

Con ello, hacía realidad el famoso rombo argumental que explica tantos equívocos: sencillo no es lo contrario de complejo, sino de complicado, de la misma forma que simple no se opone a complicado sino a complejos.

Los fenómenos superficiales, por ejemplo, los políticos -que no la política-, son simples y extraordinariamente complicados. Por el contrario, dar un sentido a la vida es algo muy sencillo -se puede tomar en un instante- pero extraordinariamente complejo, pues exige, en primer lugar, elegir: en segundo lugar, elegir entre cosmovisiones y meros estilos de vida y, en tercer lugar, elegir la cosmovisión adecuada que dará sentido a tu vida, pues sólo una puede ser cierta.

Pues con la cocina ocurre lo mismo. La gastronomía se ha convertido en el sibaritismo actual. Queremos disfrutar comiendo y queremos llevar una dieta saludable, porque lo único que nos preocupa es envejecer. Me gusta más la parte de placer de la cocina que la parte de dieta saludable a ver si consigo la eternidad. Más bien, la perpetuidad. Empeño que, como se sabe, está condenado a la decepción.

En cualquier caso, aún cuando convirtamos la cocina en nuestra principal preocupación -conste que las hay más dañinas- al menos recordemos la regla de oro picassiana: la cocina no consiste en mezclar sabores sino en recuperar los sabores primigenios. Eso sí es originalidad, eso es arte.

La mayor sencillez implica siempre la mayor profundidad. No se trata de ser original a costa de  mezclar sabores sino de recuperar los sabores primigenios, que es lo que hemos perdido en una sociedad tan progresista como la nuestra. Es decir, en una sociedad muy poco auténtica.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com