A primera hora de la tarde del jueves 7, se conoció el testamento de Juan Pablo II, que, en contra de lo que tantos ingenuos esperaban, no aportó morbosidad alguna, aunque sí algunas piezas para la historia. La primera, el hecho de que Juan Pablo II no tiene bienes de ningún tipo. Vamos, uno de los pocos ciudadanos del mundo al que el sagrado derecho a la propiedad privada no le servía para nada. Para quienes insisten en las riquezas vaticanas, uno de los tópicos más socorridos que aún funcionan por la Red, no está de más hablar de este usufructuario (no, no es o mismo que propietario) sin propiedad alguna, que se ha ido, como dijo D. Antonio Machado, casi desnudo, como los hijos de la mar.

EL testamento ha sido redactado a lo largo de su vida, en distintos momentos. Mi suegra siempre decía que si haces testamento te mueres en seis meses, pero no debe de ser cierto, porque Karol Wojtyla comenzó con ello nada más ser elegido Papa, en 1978. En 1980, por ejemplo, el pontífice hace una revelación tremenda: afirma que los cristianos de ahora mismo sufren una persecución no menor que la de los primeros siglos. Sorprende y asombra esta curiosísima apreciación, que parece haber caminado al alza, en un personaje que siempre huyó del victimismo, y cuya audacia era similar a su entusiasmo por la evangelización. Él, desde luego, nunca fue un cristiano a la defensiva. Sólo  que no era tonto, y tenía ojos para ver lo que ocurría en el mundo. Pero el mensaje, el reconocimiento de la actual persecución contra todo lo que huela a católico, en grado no inferior al de los primeros cristianos, prototipo de las persecuciones por causa de la Fe, nos lo ha reservado para su testamento. Quizás no era necesario que lo supiéramos, sino que lo viviéramos, y. en cualquier caso, el polaco se ha comportado como un general que marca el objetivo a sus tropas, sin caer en quejas lastimeras.

Al mismo tiempo, Juan Pablo II habla del gran tabú del siglo XXI: hablar de la muerte, y recuerda la necesidad e prepararse para comparecer ante le Creador. Ya saben: Heminway decía que para los españoles la vida es eso que viene antes de la muerte. Para Juan Pablo II también, sólo que el escritor norteamericano hablaba en negativo mientras que para el Papa esa afirmación es el culmen de la felicidad. No en vano, en el lecho de muerte pronunció aquellas palabras: Estoy contento; estadlo vosotros también.

Eulogio López