Ha finalizado la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Colonia el pasado fin de semana. Pero todavía colean los ecos de la homilía de Benedicto XVI. Un discurso espiritual que -aunque a los ojos del mundo resulte extraño- fue escuchado con entusiasmo por una muchedumbre de más de un millón de jóvenes. Benedicto XVI no ofreció palabras "light" ni discursos acomodados. Ofreció el Evangelio en estado puro, en toda su extensión, en lo más auténtico de la realidad. Lo que demandan unos jóvenes cansados de mediocridad y medias tintas.

El Papa se refirió a la Eucaristía como la "fisión nuclear acaecida en los más íntimo de nuestro ser". Una comunión con Dios que nos transforma y que transforma el mundo. La victoria sobre la muerte, el triunfo del Amor sobre las bajezas del mundo, la alabanza a un Dios que nos creó por Amor y nos sostiene por Amor.

Ese Amor que nos libera desde lo íntimo de nuestro ser, que nos reconduce a nuestra íntima realidad, que nos acepta como somos y nos quiere en nuestra desnudez. Ese es Dios presente en la Eucaristía, el único capaz de transformar de verdad la realidad, de hacer un mundo mejor. Quiere contar con nuestras manos, pero sólo Él construye sobre las marismas del mundo.

Por eso Benedicto XVI llama a vivir con intensidad la Eucaristía, que significa -explica- "beracha" en hebreo, o sea, alabanza, bendición, amor, abrazo, beso. Esa es la alegría de la fe cristiana que encarna la alegría en la conciencia de saberse amados por el Amor y acompañados por Él en la presencia eucarística. Un misterio, afirma el Papa; pero una realidad. La única realidad ante la que los católicos nos arrodillamos.

Y obviamente esa alegría debe de ser vivida y contagiada. Todos sabemos que el mundo laicista se ha apartado de Dios, y trata de vivir a Sus espaldas. Pero también sabemos que ese laicismo produce una enorme frustración de todo y de todos. El mundo adora al becerro de oro en una permanente insatisfacción. Conocemos cómo nuestros coetáneos viven arrastrando los pies; y podemos ofrecer al mundo una forma distinta de vivir, la verdadera alegría que nace del Salvador.

Pero el Papa sabe que la corriente del mundo es fuerte y nos anima a vivir este peregrinaje con otros. Vivir la fe en comunidad, adorarle con nuestros compañeros del peregrinaje de los Reyes Magos. Y más: el Papa nos anima a no rebajar nuestras aspiraciones, a no construir una "religión a la carta". Resulta muy cómodo, afirma, pero a la larga termina dejándonos tirados a menor dificultad.

Todo un croquis de la peregrinación de los Reyes de Oriente. Lo dejaron todo, comodidades, seguridades y proyectos personales, por seguir confiados una Estrella que dirigía hacia el Salvador. A esa peregrinación es a la que el Papa ha invitado a los reunidos en Colonia. El entusiasmo de esos jóvenes hace pensar en que otro mundo es posible. Los "centinelas del mañana" tienen las espadas en alto.

Luis Losada Pescador