Cuando Garzón investiga si Franco ha muerto y pretende juzgar al anterior jefe del Estado, el de la Ominosa, por genocidio, no está cometiendo prevaricación, sino una solemne estupidez, fruto de su vanidad ególatra, además de una gran cobardía, que ya estamos cansados de ese hábito de pisarle el rabo al león después de muerto y de perseguir -en sede judicial-  a dictadores de derechas que ya han abandonado el poder, en lugar de a dictadores de cualquier signo que aún detentan todo su poderío.

En mi modesta opinión el magistrado sí está cometiendo algo peor que la prevaricación -sectarismo, falta de ecuanimidad, el peor defecto de un juez, aunque no esté penado- cuando se va de cacería con el ministro, con un fiscal y, peor que eso, con el comisario de policía judicial, justo cuando inicia la campaña, perdón, el sumario, contra el Partido Popular. No conozco un colectivo más corrupto que el de jueces y fiscales, cuyo hedor supera al que emiten el poder político, económico o editorial.

Los fiscales son un brazo armado del Gobierno, así que tienen más disculpa, pero los jueces no tienen ninguna. ¿Cómo es posible que se pueda prever de antemano la sentencia de cualquier juez conocido especialmente de Garzón, o los fallos del Tribunal Constitucional o los dictámenes del Consejo General de Poder Judicial con milimétrica rigor? Pues porque toda la judicatura está corrupta, ideológicamente corrompida: una panda de sectarios.  

Eulogio López

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