No andaba presuroso, ni inquieto en todo tiempo,
una cosa tras otra, con amor tejía su vida,
independientemente del cansancio, del sufrimiento,
para ofrecerla a quien por amor vivía,
del amor que recibía.                                               
Tranquilo escuchaba sin premura
atento a lo que el alma le decía,
para actuar de cara al que le amaba,
realizando en adecuado tiempo,
las acciones que el espíritu pedía, admitiendo
la tribulación que contenían.                                   
Atendiendo siempre a quien por consejo le reclama,
en su boca de continuo una sonrisa,
paciente,
con quien le agraviaba,
ofreciendo,
a su Señor todo su día,
caminando,
con el alma siempre alegre,
sin contar las veces que sufría,
agradeciendo el fruto que el Amor le había dado,
entregado,
a lo que aquel Amor le requería.