Sr. Director:
Cuando, a comienzos del siglo IV, cesaron las persecuciones contra los cristianos, el emperador Constantino cedió al Papa un palacio (llamado de Letrán), para que fuera su residencia oficial.
Letrán fue la sede principal de la Iglesia Católica durante más de mil años, hasta que en el siglo XIV los Papas se trasladaron al Vaticano.
A finales del siglo XVI, el rico entramado de edificios que se había ido formando en la histórica sede de Letrán fue casi enteramente demolido por Sixto V.
Lo único que se salvó de la quema fue la antigua y venerada basílica (reconstruida por Borromini en el siglo XVII) y unos pocos restos dispersos.
San Juan de Letrán posee dos fachadas: la más solemne, realizada en el siglo XVIII, está coronada por una balaustrada con la imagen de Cristo y varios santos. La fachada secundaria se encuentra junto al obelisco y es la más utilizada por los turistas, pues se orienta hacia el Coliseo y Santa María la Mayor.
Los principales puntos de interés al interior de la basílica son: la tumba de Martín V, los portones de ingreso, el ciborio del siglo XIV, un fresco de Giotto (llamado fresco del Jubileo), el claustro cosmatesco, la elegante capilla Corsini, el mosaico del ábside y la entrada al Museo Histórico Vaticano.
En el exterior podemos contemplar: el obelisco más alto y antiguo de la ciudad que mide 31 metros y pesa 455 toneladas, la Scala Santa (antigua capilla privada de los Papas), el baptisterio (de origen constantiniano), el triclinium, el Palacio de Letrán y la Puerta Asinaria.
La basílica, llamada oficialmente "Catedral Archibasílica Papal del Santísimo Salvador del Mundo y de los Santos Juan Bautista y Juan Evangelista" fue consagrada en el año 324 por el Papa San Silvestre. Por tanto, esta basílica fue consagrada hace 1.700 años.
Al tratarse de la sede propia del Obispo de Roma, es decir, del Papa, es la Cabeza y Madre de todas las Iglesias de la Urbe y del Orbe.
La Nación española ha vivido, prácticamente desde los inicios del cristianismo, en comunión con el Sucesor de Pedro, y en consecuencia con todos los bautizados en Cristo, Rey de reyes y Señor de los señores.
Si el pueblo español perdiera sus raíces cristianas, y más en concreto católicas, perdería lo más genuino de su ser como pueblo diferenciado dentro del continente europeo y en el conjunto de todos los países que conforman el mundo en que vivimos.