Decíamos ayer que Europa ha entrado en una nueva guerra interna a costa de la crisis, tras el manguerazo del Banco Central Europeo, que no ha gustado a los alemanes.

Y los alemanes tienen razón en lo que dicen, pero no en lo que pretenden.

Veamos, no puedes hacer trampas en el solitario en política financiera. No puedes permitir a los estados que sigan endeudándose alegremente y al mismo tiempo inyectar liquidez en el mercado a través de los bancos... a los que se obliga con ese dinero a comprar deuda pública.

Es decir, con una mano, los Estados siguen emitiendo deuda pública a mansalva, a mayor gloria de los políticos, siempre tan proclives al pan para hoy y hambre para mañana. La crisis no ha llegado por penuria de liquidez, sino por exceso, lo mismo que ocurre con la producción alimenticia mundial: no es que se produzca poco es que se produce demasiado, sólo que se trata de productos subvencionados en Occidente, por lo que los de Tercer Mundo no pueden colocarlos al mismo precio.

Volviendo al mercado: no puede ser que el BCE fabrique dinero para comprar los bonos que fabrican los Estados. Y los bancos felices, porque así disponen de unas ganancias de sopa boba, dado que el BCE les presta al 1% y ellos pueden invertir en deuda pública soberana al 3, 4 ó 5%.

¿Puede evitarse este sistema de vasos comunicantes entre la producción de dinero y la producción deuda? Por supuesto que sí: aplicando al sector público la misma norma que impera para el sector privado: un límite a los grandes riesgos. Un banco no puede prestar a un sólo cliente -ni a un sólo sector, ni a un sólo país- sino un porcentaje mínimo de su activo porque, si ese cliente se va al garete, el banco se va con él. Es una práctica bancaria habitual. Pues bien, lo mismo puede decirse de los gobiernos: basta con que Europa acuerde un límite a la inversión de bancos en deuda pública para que el dinero otorgado por el BCE (casi medio billón de euros, oiga usted) vaya a parar donde debe ir: a la economía real.

Decía que los alemanes tienen razón al exigir que no se fabrique con una mano lo que se gasta con la otra, perteneciendo una y otra mano al sector público. Y los alemanes tienen razón. Donde no lo tienen es a la hora de exigir, como alternativa, que todos los países de la Eurozona se rijan por unas normas fiscales comunes, porque eso supone igualar a los desiguales. Pero esa es otra historia.

Eulogio López

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