Pues no tengo yo muy claro esto del Sínodo de la Familia (I parte, que habrá otra el año que viene). Después de la andanada del cardenal Kasper, cuyo discurso en el pre-Sínodo fue alabado por el Papa Francisco en el aspecto formal y durísimamente criticado por obispos, cardenales y teólogos de todo el mundo en su esencia, la cosa estaba centrada en la comunión a los divorciados vueltos a casar o los bautizados que viven en situación irregular.
Aquí nos encontramos ante los partidarios de la 'misericordia' y los que recuerdan que la misericordia parte la verdad y la verdad es que el cuerpo de Cristo debe ser recibido en estado de gracia. Y quien no quiera liberarse del pecado mortal es muy libre de no comulgar, pero no de cometer un sacrilegio.
Y lo cierto es que contemplo, en vísperas del Sínodo, una doctrina creciente que me preocupa mucho, porque más que una tercera vía parece lo que, en sentido jurídico, llamaríamos un fraude de ley. Dicen así los doctrinos de la tal doctrina: el problema no consiste en negarle la comunión a quien vive en situación irregular -en plata, en presunto pecado mortal-, sino en que la sociedad cristiana ha degenerado tanto que muchos de los matrimonios que se celebran son nulos porque los contrayentes no saben a qué se comprometen. Por tanto -¡miren qué listos!-, se trataría de reconocer la nulidad cuanto antes y que 'regularicen' su situación. Traducido: que pueden vivir con el nuevo socio -o socia- y puedan acercarse al reclinatorio de la comunión (bueno, lo del reclinatorio no lo tengo muy claro). Concluyendo: que el Tribunal de la Rota abra la mano para que el divorciado se vuelva poder a casar en un par de meses. Estaríamos en algo similar a la nulidad-exprés, lo que rememora el divorcio-exprés de Rodríguez Zapatero en el ámbito civil, perpetrado en 2005.
Oiga no: si la gente no sabe a qué se compromete cuando matrimonia -entrega, apertura a la vida, etc.- lo que hay que hacer es no casar a quien no tiene las debidas disposiciones. No hay que cambiar el fuero sino el huevo, según la vieja fórmula de la madre Teresa de Calcuta cuando le preguntaban qué era lo primero que debía cambiar en la Iglesia: "Usted y yo", respondía. Lo otro, bajo excusas de clemencia, no es más que un fraude a la Ley de Dios y a su interpretación por el Magisterio de la Iglesia. Y eso la Iglesia no puede hacerlo.
Entre otras cosas porque vivimos "un tiempo de los tiempos, esperado durante siglos". Y porque, como decían las abuelas, no se juega con las cosas de comer.
Eulogio López
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