El público inglés de principios de siglo pagaba por ver debatir a Bernard Shaw y HG Vells contra Chesterton y Hilaire Belloc. Los cuatro lograban enardecer a los presentes, que aplaudían y silbaban, según y cuándo, los argumentos de sus ídolos.
Ahora nos tenemos que conformar con acudir a Caixaforum y, por dos euros, no escuchas debate alguno, pero sí las tontunas de Gianni Vattimo, un hombre de pensamiento tan debilitado que predica el pensamiento débil como única salvación para el futuro del planeta. El pueblo, que es amante de la síntesis (no la hegeliana, que es un tostón) y el epigrama, diría que el pensamiento débil significa que a uno le es igual ocho que ochenta, y el pueblo, naturalmente, no andaría errado. Pero Vattimo es un pensador, aunque no crea en el pensamiento, y el pensador moderno, ante todo, debe adornarse con unas toneladas de marketing, o el negocio se hunde. Por eso, Vattimo define así el pensamiento débil: "No es otra cosa que interpretación, compartida, razonable, pero interpretación al cabo. Encontramos la verdad cuando nos ponemos de acuerdo y eso descalifica todo principio autoritario".
Si el susodicho pueblo llano escuchara estas palabras, también evocaría de inmediato el viejo aforismo ácrata: "10.000 millones de moscas no peden equivocarse: comamos mierda". Pero el pueblo llano es vulgar, mientras que Gianni Vattimo es un tipo elegante, con zapatos de ante y corbata a juego con una americana de marca, con un punto de desaliño y una barba cana, recortada. O sea, un intelectual de hoy.
Lo del marketing viene con la negación del autoritarismo, que no deja de ser políticamente correcto, pero puede pasar por revolucionario a los ojos de la legión de incautos que busca novedades en las tiendas de los anticuarios. A un mundo huérfano de disciplina, y especialmente de autodisciplina, no hay nada como lanzarle una crítica feroz al autoritarismo, dí que sí.
Y más, el profeta del muy débil pensamiento nos augura que "el precio de la verdad sería aceptar el totalitarismo". Una preguntita, Gianni: Entonces, ¿para qué pensar? Si la verdad es el mero consenso (consenso de mercado, que dicen los analistas), si la verdad no existe, sino tan sólo la mera interpretación subjetiva de cada cual, ¿para qué pensar?, ¿para qué dictas conferencias? ¿Por qué escribes en los periódicos, figuras en listas electorales o simplemente tratas de encontrar apoyo en el aforo?
Y hay que reconocerle una cosa. Estamos hablando de un pensamiento que ha causado furor en la sociedad moderna. Una de las bromas macabras de la historia, quizás la más macabra del mundo moderno, es que ha calificado e identificado como racionalismo la más tétrica y total desconfianza en la razón humana. Incapaz de hallar cualquier verdad, condenada a conformarse con el consenso y con la mera interpretación de los hechos.
El pensamiento débil es la filosofía del progresista. Ahora bien, como tantas otras cosas de la progresía, el pensamiento débil se puede exponer pero no se puede aplicar, no se puede vivir. Es imposible. Los progres se pasan la vida diciendo que la verdad no existe, o que es inalcanzable, pero, muy a pesar suyo, siguen siendo seres humanos, y, a renglón seguido, empiezan a predicar su verdad y, lo que es más grave, pretenden imponerla calificando de autoritarios a quienes se muestran convencidos de algo (recuerden el temido insulto de "ese se cree en posesión de la verdad"). El intelectual Vattimo no iba a ser la excepción: "El pensamiento débil puede salvar a la Iglesia de su destrucción (¡Llevamos 20 siglos con lo de la inminente destrucción de la Iglesia)... Mi apuesta es criticar la tradición, no negándola, sino enriqueciéndola con matices, es decir, haciéndola más débil".
Y el pueblo llano diría: una religión a la carta, y que cada cual haga de su capa un sayo y que Viva Cartagena. En efecto, es una tradición más ligera, una iglesia más flácida, un pensamiento más débil. Es lo que Vattimo llama el post-cristianismo, pócima que no se vende mal entre mentes débiles.
Para mí que esto no vale dos euros. Que me devuelvan el dinero.
Eulogio López