Los compromisarios del Congreso de cualquier partido son la base social sobre la que se estructura una alternativa que se supone ideológica y que resulta electoral. Y en este entorno, "caer bien", ser abrazado por los pasillos y recibir el aplauso del respetable, resulta un buen indicador del liderazgo moral que se otorga a cada uno.
El triunfador indiscutible del XV Congreso Nacional del PP ha sido el ex presidente José María Aznar. Habló con espíritu castellan duro y directo. Un tanto prepotente con eso de "nosotros tenemos la verdad". Pero dando gusto al vulgo, como la literatura. No faltó un alma. No se escuchaba la respiración. Su verbo fue ágil, contundente y cautivador.
Menos emocionante resultó el nuevo presidente, Mariano Rajoy. Muchos compromisarios abandonaron el salón tras la catarsis de Aznar. Su discurso tuvo demasiadas "calvas" en el auditorio. Perfil bajo con críticas ácidas a la gallega hacia el actual presidente del Gobierno. Bien, pero sin arrancar entusiasmos, confirmando que los populares preferirían la continuación de Aznar en la travesía del desierto opositor. Toda una amenaza de bicefalia que Rajoy no ha sabido controlar. Y todo un endoso de responsabilidad. "De Mariano depende que volvamos al poder", dijo el líder, digo el presidente de honor. Necesita mejorar.
El que estuvo como apestado fue Gallardón, rodeado de su equipo en el Ayuntamiento, sin recibir abrazos y saludos en los pasillos. Queda claro que los compromisarios desconfían de él. Y es que muchos creen como el defenestrado Carlos Aragonés que su discurso vale por igual para el PP que para el PSOE. Manifestar su intención renovadora desde los altavoces de Polanco tiene esos costes. Representar una autocrítica vacía -"algo hemos hecho mal"- no parecía lo más prudente. Lanzar un guiño al colectivo gay justo el día en que el Gobierno aprobaba el anteproyecto de reforma del Código Civil, resultó un ejercicio de complejo que los compromisarios no consumen. Muy deficiente.