Hilaire Belloc escribió El Estado Servil, un estado de siervos que llega cuando se suprime la propiedad privada que es la que crea hombres libres. Pero, ojo, su doctrina, el distributismo, se aparta, tanto del socialismo como del capitalismo, según la frase de su amigo Chesterton. “¿Qué más me da que todas las tierras del condado sean del Estado o pertenezcan al Duque de Sutherland?”. El caso es que no son mías, no está repartida la propiedad entre muchos pequeños propietarios.

Pero el distributismo tiene otra crítica que realizar, que toca una de las claves del sistema actual: la regulación, palabra mágica que ama tanto la izquierda como la derecha.

Es más, uno de los tópicos del siglo XXI es que la crisis de 2008 se achaca la falta de regulación de los mercados financieros. Y hasta cierto punto, como casi todo, es cierto pero no olvidemos que la propiedad privada siempre cae por excesos de regulación, no por defecto. Y sobre todo: se supone que la regulación tienden a evitar la corrupción de lo privado pero lo cierto es que lo que posibilitan es la corrupción de lo público.  

La sociedad actual se caracteriza por una profusión de normas de imposible cumplimiento… porque no se pueden conocer en su totalidad

Escuchen esta frase de Hilaire Belloc en El Estado Servil: “Dice el legislador: Se permite cortar rosas, pero en cuanto sepa que alguien se ha lastimado alguna vez en las espinas, lo meteré prisa, lo meteré preso, a no ser que las corte con tijeras de 122 milímetros de largo; nombre 1.000 inspectores para que recorran el país observando si se cumple la ley. Mi cuñado estará al frente de la inspección con 2.000 libras de sueldo anual”. Pues eso.

Cuando les hablen de regulación echen a correr. A los progres, en especial, les encanta prohibir. Y eso que ellos inventaron el eslogan de prohibido prohibir.