Una joven pareja de enamorados universitarios se marchan a la ciudad de los rascacielos, para pasar un fin de semana, con la excusa de que ella tiene que entrevistar a un director consagrado. A pesar de que tenían que ser dos días para estar juntos, cada uno se enreda por una serie de encuentros casuales.

El octogenario director rinde, de nuevo, homenaje a la ciudad que más ama: Nueva York, y se pone más romántico que nunca en una comedia amable donde sus obsesiones habituales salen a la luz y donde los diálogos (su principal baza) tienen ingenio y cinismo, pero que no asombran nunca demasiado.

Allen vuelve a abordar el mundillo de la gente del cine, con menos acidez que en Celebrity y menos idealismo que en una de sus obras maestras: La rosa púrpura del Cairo. Porque el retrato que realiza de directores, guionistas y actores los descubren como gente frívola, pendiente de sus egos y sus pasiones. Por cierto, que él mismo entraría a formar parte, si se analizara con profundidad, pero nadie es capaz de hacerlo sobre sí mismo

Como es habitual en sus películas, el trabajo del reparto es magnífico (es un gran director de actores).

Para: los que no se aburran del cine de Woody Allen.