• ¿Era necesario que hasta la Congregación para la Doctrina de la Fe concluyera que no hubo abusos de un profesor?
  • La calumnia es terrible, sobre todo cuando afecta a lo más sagrado de la persona, su intimidad.
  • No sólo se ha puesto en cuestión el honor de un docente, un buen hombre, sino a una institución católica, el Opus Dei.
No hubo abusos sexuales a ningún menor en el colegio vizcaíno Gaztelueta, del Opus Dei, durante el curso 2008-2009. El caso había sido cerrado judicialmente en 2013, pero la familia denunciante seguía en sus trece e intentó reabrirlo con la mediación del Papa Francisco, que ha concluido en el mismo sentido. La única consideración posible ahora, y también inevitable, está en el daño irreparable que provoca la calumnia. Eso no le interesa a la prensa cuando se hace amarilla. Se vuelca más, entonces, en vender ejemplares que en esclarecer la verdad. ¿Está pensando alguien en el calvario personal que ha tenido que pasar ese profesor calumniado y, por ende, el colegio sobre el que también cayó la losa de una sospecha infundada? Ojo, hablamos de una cosa muy seria, que afecta a lo más sagrado de la persona, su intimidad. Y me temo que en este caso no sólo es la intimidad lo que estaba en juego, sino el buen nombre de una institución católica, el Opus Dei. No entiendo de otro modo un empeño tan espurio. Afortunadamente, el colegio donde trabajó ese profesor -no fue expulsado, como se ha informado, sino que se marchó voluntariamente; ¿quién no hubiera hecho lo mismo?- ha puesto los puntos sobre las íes. Ha informado que la investigación de la Congregación para la Doctrina de la Fe también ha concluido que los hechos denunciados "no han sido probados y, en consecuencia, se debe restablecer el buen nombre y la fama del acusado".  Y así se lo ha trasladado también a las familias en una carta el director del centro, Imanol Gayarrola. Esos gestos, a la altura de este thriller, son relevantes, sobre todo porque son justos (reparadores). Pero siempre quedarán los títulos de crédito, que nadie suele ver al terminar una película y que son también, no lo duden, importantes. Es preciso insistir en ese punto, el más humano y sensato, sobre todo después de que el periódico El Mundo aprovechara el acceso a un documento -la carta del Papa a una familia afligida- para lanzar de nuevo toda la porquería sobre el caso. Y lo hizo, además, en un momento en que resonaban con fuerza todavía los mensajes lanzados por el Papa Francisco, en su viaje a EEUU, contra la pederastia. ¡Fantástica oportunidad! La mediación del Papa, dicho sea todo, había llegado a petición de la familia del alumno, que inició el proceso contra el colegio en su día, no por acoso sexual sino por el acoso escolar sufrido por otros compañeros de clase. La familia sabrá por qué acudió a tan alta instancia. La respuesta del Pontífice fue, como cabía esperar, muy humana. Detrás habían quedado, no obstante, las investigaciones realizadas desde distintas instancias judiciales del País Vasco y del propio colegio en el mismo sentido, conocido ahora, de la resolución vaticana. El caso fue cerrado en 2013. Pero fue precisamente la humana respuesta epistolar del Papa Francisco lo que volvió a activar la sospecha, como si todo lo investigado previamente hubiera sido una tomadura de pelo. El Papa ordenó un proceso informativo y ha sido finalmente la Congregación para la Doctrina de la Fe la que ha confirmado "las conclusiones de las investigaciones del colegio, y las llevadas a cabo por distintas instancias oficiales competentes". Esos son los hechos. Me permito ahora algunas consideraciones sobre la calumnia, que tiene una doble acepción en el diccionario de la Real Academia. Una es de andar por casa como quien dice, y consiste esencialmente en lanzar una "acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño". La condición humana la hace frecuente, desgraciadamente, aunque lo normal es que no vaya a más. Desde el punto de vista ético -somos buenos o malos porque somos libres- es reprobable, como es natural, y plantea una exigencia también natural: la reparación del daño moral provocado. La otra acepción de los académicos de la RAE apela al lenguaje del Derecho. Desde el punto de vista jurídico, consiste en la "imputación de un delito hecha a sabiendas de su falsedad". Aquí ya no interviene tanto la condición humana como el lado más oscuro de la humana condición, con imprevisibles consecuencias. Hablamos de delitos -cuando así están tipificados penalmente-, algo mucho más serio, ya me entienden, que los rumores, los malentendidos, los descréditos pasajeros o las deshonras momentáneas. Es inevitable pensar en todo esto al imaginar la vida cotidiana de ese profesor, un buen hombre. Me temo que la justicia siempre se quedará corta para reparar el daño. Rafael Esparza rafael@hispanidad.com