Entrevista en El País con la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo. Entrevista complaciente, que ya es sabido que El País ha vuelto ‘do solía’, de nuevo se ha convertido en el BOG: Boletín Oficial del Gobierno.

Según la vicepresidenta primera, el Covid le ha servido para reflexionar. Me alegro. Asegura doña Carmen que durante su convalecencia por coronavirus le asedió el “impulso primitivo” por sobrevivir. Suele ocurrir y me alegro de que haya salido indemne. Pero eso del impulso primitivo me ha llegado al alma. Uno diría que las ganas de vivir deben ser algo más que instinto y que el impulso para reflexionar debe servir para el cambio y no para asegurar que has abandonado el odio mientras continúas poniendo ‘chupa de dómine’ a tus adversarios políticos. Quizás porque doña Carmen es progresista, y todos los progres se vuelven melodramáticos cuando hablan de “odio”. Al parecer, odio, y muy grave, es el de sus adversarios cuando exponen sus ideas. Pero el de ellos mismos, el de los progres, cuando obligan a los demás a vivir como ellos quieren… bueno, eso no es odio, es democracia.

Pero volvamos al instinto. Hace un tiempo le pregunté a un sacerdote, ya entrado en años, que había atendido a muchos moribundos, por cómo moría la gente. Debía estar yo impresionado por los arrepentimientos de última hora que salvan la vida de grandes pecadores, porque uno también tiene su lado romántico. Y sin duda que los libros de piedad no mienten al respecto. Su respuesta se me quedó grabada por décadas:

- He visto a gente morir blasfemando.

El coronavirus proporciona una oportunidad para rectificar pero también puede ser ocasión para ratificarse. Y entonces sirve de poco: “Y el final de aquel hombre resulta peor que el principio (Lc 11,26)”.