¿Quo vadis, Sánchez? Ni lo sabe ni le importa. El presidente del Gobierno ha entrado en trance. Como tantos otros inquilinos de Moncloa, y dada su carencia total de sentido del humor  -los dos presidentes con menos sentido del humor en la democracia española han sido ZP y Sánchez- Sánchez acoge la idea de Redondo con el espíritu del hipnotizado. Además, como el ‘bienmandao’ que es, se pone en marcha de inmediato, con disciplina prusiana.

La nueva ocurrencia de Iván Redondo es una Constitución federal “donde quepamos todos”. Y todo esto porque, como dijera ayer otra termita congresual, el nacionalista vasco Aitor Esteban, “sin indultos no se puede hacer nada”. Y tiene razón, tras los indultos se puede hacer todo: cualquier barbaridad es posible.

Con los indultos, los separatistas catalanes ya están donde querían: en el centro de atención de toda España y de parte de Europa

La reforma de la Carta Magna servirá para introducir, cómo no, la III República. Y no lo duden, este es el momento: Felipe VI acaba de abofetear al poder judicial, la sentencia del Tribunal Supremo contra los políticos del Procés, y, de paso, a la mitad de los catalanes. A esos cerca de cuatro millones de catalanes que quieren seguir siendo españoles y de los que nadie se acuerda.

Este es el momento, también, porque con los indultos, los separatistas catalanes ya están donde querían: en el centro de atención de toda España y de parte de Europa. Insisto: el problema del pueblo catalán, y esto resulta aún más visible entre los separatistas, es el narcisismo. Cualquier cosa con tal de situarse en el proscenio: que se hable de mi aunque sea bien.

¿Y adónde nos conduce todo esto? Pues a la cristofobia más enardecida. Por de pronto, RTVE no deja de repetir que los obispos catalanes han apoyado los indultos. Por cierto, los obispos no catalanes han callado. Pero, ante todo, porque no olviden que el problema del nacionalismo catalán es su carácter religioso. Para los nacionalistas, la independencia se ha convertido en el sustituto del cristianismo perdido, orillado o sencillamente apartado. Ya tienen una cosmovisión, un fin en su vida: la independencia. Y como bien definiera Sandro Rosell: en un referéndum votaría sí a la independencia pero si ganara el sí al día siguiente me voy de Cataluña para no volver.

¿Adónde nos conduce todo esto? Al enfrentamiento civil y a la cristofobia. Moncloa no deja de repetir que los obispos catalanes han apoyado los indultos y el separatismo catalán se ha convertido en una religión

Es la locura a la que siempre conduce la idolatría, sin olvidar el siniestro atractivo de la inmolación. Al convertir la independencia en una religión, los separatistas han encontrado un sentido para su vida. El problema es que es un sentido muy pobre llamado a la decepción primero y luego a la desesperación.

En cualquier caso, la noticia es que Iván Redondo ya tiene otra meta para el bueno de Pedro, encantado de ejercer como aprendiz de brujo: abrir el melón de la reforma constitucional. Pero si en España ya tenemos algo parecido a un régimen federal.

Es lo mismo, lo que importa es el titular de periódico, no el contenido. ¿Y si el contenido resultara, hoy y ahora, especialmente inoportuno? Pues con más razón para hacerlo. La atracción por el vacío y el vértigo -temido y deseado- crecen en una España sin Cristo. En este sentido, don Pedro Sánchez es un auténtico enfermo.