Muy interesante la fiesta litúrgica de este domingo 26 de mayo: la Santísima Trinidad, dedicada a las congregaciones religiosas

Al menos por dos cuestiones. Nos sirve para desfacer dos entuertos muy actuales: la falta de formación de casi todos y el sentimiento de impotencia que reina en el mundo: toda va mal y es imposible mejorarlo.

Mi padre, que abandonó la escuela a los ocho años, sabia más de doctrina católica que muchos catedráticos de hoy.

Ejemplo, misterio de la Santísima Trinidad: son tres que son uno y uno que es tres. Pues no: es un misterio, claro, pero eso no significa que no podamos saber nada acerca de él. Sabemos que se trata de una sola naturaleza participada por tres personas distintas. La naturaleza responde a la pregunta ‘¿qué es?’; la persona responde a la pregunta ‘¿quién es?’.

Respecto a la vida consagrada, nada más lejos del universo mental actual que el retirarse del mundanal ruido. Pero el mundo de los monjes sólo es conocido cuando unas pobres monjas tontas, las de Belorado se dejan estafar por un falso obispo, caradura de siete suelas, y permite que la tele del país, siempre tan profunda, se burle de ellas para regocijo de todos los tocapelotas del país. En la fiesta de la Santísima Trinidaad, dedicada a los religiosos, sería un buen momento para que las de Belorado volvieran al redil sin soltarle dentelladas al pastor y mandando a paseo al post-obispo... de las pelotas.

Podemos decir que el de las clarisas de Belorado es un caso singular y que monjes cismáticos ha habido siempre. Cierto, desde Lutero, y miren la que armó.

Pero a mí no me consuela porque las monjas cismáticas de Burgos constituyen un buen ejemplo de que la ignorancia y la confusión en la Iglesia de hoy ha llegado hasta los cenáculos. Hoy ya no tenemos un hortera pedantón y ensoberbecido, a fuer de rencoroso, un Martín Lutero que pone en solfa la justificación por la fe o la libre interpretación de la doctrina. Tenemos a unas monjas, se supone que formadas en doctrina, que sienten que las cosas van mal y se dan al cisma a las órdenes de un salvavidas. Tenemos a unas monjas con votos que cuando contemplan lo mal que va la Iglesia deciden echarle la culpa al Papa y se dejan embaucar por un jetas de libro. En lugar de rezar por la salvación de la Iglesia, se hacen fuertes en su cenobio y se dedican a salir en la tele explicando que no están locas: excusatio non petita...

Y un tercer punto que hemos olvidado es que las cosas cambian cuando yo cambio. Si algo desanima al hombre de este siglo es que está marcado por una sensación de impotencia para cambiar el mundo. No digamos nada el sentimiento posible de un religioso encerrado. 

Pues bien, ese fraile puede y debe cambiar el mundo. Porque el mundo cambia cuando yo cambio y como yo cambio. Y si no, pues no cambia.