¡Malditos bebedores de agua!
- La moda entontece a las mujeres y el deporte a los hombres.
- El culto al cuerpo es el ateísmo más cutre.
- Herencia del paganismo, ya no se propone se impone.
- Somos los que comemos, dice la modernidad, que siempre ha tirado a sádica con el ser humano.
- Una cosa es el amor a la naturaleza y otra casarse con ella: es una esposa un poco plasta.
Mi nieto, de dos años y medio mal contados, entró en la sala de estar y vio a su padre ante el televisor, contemplando un partido de fútbol. Su juicio muy raudo: "Éstos son los dibujos que le gustan a papá", advirtió observando las evoluciones de Cristiano Ronaldo. "Cambia y ponme los míos", añadió, -en clara referencia a la patrulla canina, supongo-. Y es que el fútbol es un deporte apasionante, pero resulta peligroso que el equipo de mis amores se convierta en la razón de ser de mi vida. Ocurre que ha vuelto el paganismo, el ateísmo más cutre de todos, y entonces resulta que a la mujer le entontece la moda y al hombre al deporte. Traducido: a la mujer, la dieta y al hombre, el gimnasio. Es decir, el culto al cuerpo, que constituye el ateísmo más cutre de todos. Y la práctica se hizo teoría. Hay que ir al gimnasio, nos hemos vuelto todos unos hipocondríacos, rehusamos el sacrificio por Cristo y por los demás, pero aceptamos cualquier tortura con tal de adelgazar una par de kilos o sacar pecho y meter barriga. De ahí se pasa al "somos los que comemos". Lo será usted, oiga, yo no soy tan lerdo. Y encima tratamos de imponerlo. Leo en el ABC que un colegio madrileño ha sido premiado por el muy ecológico menú que impone a sus pobres alumnos, obligados a comer sin sal y croquetas de coliflor, algo que nadie en su sano juicio tragaría. Según el muy moderno cocinero, se trata de garantizar la salud y conseguir "efectos socioambientales". Es más, un día a la semana el castigo a los niños es doble: no toman ninguna "proteína animal" para "el día sostenible". En otras palabras, olvídate de la sabrosa hamburguesa y de la más sabrosa tortilla. Nada de carne y huevos, supongo que para hermanarnos con el reino animal. ¡Pobres criaturas! Me las quieren hacer vegetarianas (o frutícolas, que sólo comen verduras ya arrancadas esto es, muertas. ¿Han entrado ustedes en algún restaurante vegetariano? ¿No ven la profunda melancolía que asoma en los rostros de los asistentes? ¿No les dan ganas de gritar "que venga el chuletón"? Señoras, señores: estamos a un paso de la cultura vegana, de doña Ada Colau, alcaldesa y activista. Sobre todo, ¡pobres criaturas! Y encima premian al colegio en lugar de conducirle a los tribunales más severos. El culto al cuerpo se ha convertido en una religión idolátrica y sangrienta. Y en una filosofía ecologista que personifica a los animales y plantas y cosifica a las personas. Y ahora la imponen desde su más tierna infancia. Abajo las repugnantes albóndigas de berza y tráiganos una tapita de jamón con un buen Rioja. Esta religión pagana del culto al cuerpo sí es radicalmente opuesta al cristianismo. Y si encima se hace en nombre de la naturaleza sostenible la cosa es peor: "Una cosa es el amor a la naturaleza y otra casarse con ella: es una esposa un poco plasta". Es decir, que están diciendo algo muy parecido al Catecismo, número 2289. "La moral exige el respeto de la vida corporal, pero no hacer de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas". Chesterton era menos riguroso pero más gráfico. Su peor insulto era éste: "Malditos bebedores de agua". Sabía mucho de la vida y de cómo conseguir la felicidad. De entrada, ser menos salutífero. Eulogio López eulogio@hispanidad.com