Sr. Director:
Aplicando la adecuada receta, cualquier sociedad sana y abierta es susceptible de llegar a ser tachada de xenófoba y racista. Sobre un lecho social con grave crisis económica y creciente número de parados, ábranse las puertas de la tolerancia a una inmigración masiva e ilegal; y de modo preferente hacia los que, además de chocar con la cultura, formas de vida y costumbres del país de llegada, reivindiquen como propias estas tierras. En esa olla se deja calentar el guiso de las previsibles colisiones entre los (in)migrantes y la parte de la población autóctona más vulnerable económicamente, que son quienes verdaderamente padecen las listas sanitarias de espera, la adjudicación de subvenciones y ayudas sociales, etcétera. Dicha cocción se condimenta desde las selectas elites políticas con consignas tan beatíficas como «Tó er mundo es güeno, y los migrantes mucho más, porque vienen a pagarnos las pensiones». Y conforme vayan aumentando las tensiones, se sazona el guiso con la generosa dialéctica progresista que, ante cualquier problema con los «irregulares», culpabiliza a los ciudadanos del país receptor, a la vez que edulcora y justifica los desmanes y delitos de aquéllos. Llegados a este punto, el suflé social estará listo para explotar en la cara de todos; salvo en la del cocinero, resguardado ya en un lugar distante y seguro.