Ni los triunfadores pensaban que iban a triunfar, ni los perdedores que iban a perder. Este es el problema con el que se encuentra España, tanto Gobierno como oposición, desde las elecciones generales del pasado 14 de marzo. 

Por ejemplo, el futuro de Rodrigo Rato, hacedor junto a Cristóbal Montoro del llamado milagro económico español. Antes de las elecciones, la postura de Rato era clara: había perdido la carrera por la sucesión y no le seducía estar a las órdenes de un antiguo subordinado llamado Mariano Rajoy. Rajoy tampoco quería contar en sus filas con su contrincante a la sucesión, así que todo estaba claro. Surgió la oferta del Fondo Monetario Internacional (FMI), y todos coincidieron, incluido Aznar: Rato al FMI, allá lejos, en Washington, y viajando por los cinco continentes.

Es más, el único que se oponía era el propio Rodrigo Rato. Irse a Washington no es lo mismo que marcharse a Bruselas. Del FMI no puedes volverte los fines de semana para ver a tus hijos. Por eso, Rato pensaba en su pase a la empresa privada, o en un cargo en la Unión Europea.

En ese momento, Zapatero no dijo nada porque no pintaba nada, ni tan siquiera en su propio partido. Era el anunciado perdedor. Además, Estados Unidos, principal 'accionista' del FMI, daba su visto bueno y Europa casi no podía negarse ante una candidatura representada por el exitoso Rato, que, encima, habla perfectamente el inglés. Además, el inglés Gordon Brown, ministro de Hacienda de Blair, se retiró de la partida, porque aún sueña con tener más recorrido político en el Reino Unido.

Ahora bien, todo cambió con la derrota del PP el 14-M. El asunto Rato ya se había estudiado en la Unión Europea, que también se había visto casi forzada a utilizar el lápiz verde. Por tanto, el nuevo presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, transportado de la nada al cielo, no podía repetir el papelón de Aznar en 1996, cuando no recibió con especial entusiasmo el nombramiento del socialista Javier Solana como secretario general de la OTAN y Felipe González le acusó de mezquino. Zapatero, por el contrario, recién llegado al mundo de los grandes estadistas, advirtió que nunca se opondría a que un español ocupara un alto cargo en organismos internacionales.

Pero, miren por dónde, de repente surge el rumor en Bruselas y en Madrid de que Jacques Chirac, precisamente Jacques Chirac, no ve con buenos ojos el nombramiento de Rodrigo Rato como director gerente del FMI. Y eso que el nombramiento no podía recaer en un francés, dado que Michael Camdessus dirigió el Fondo durante 14 años, hasta 1999. Ahora bien, ¿por qué esa presunta opinión de Chirac se filtra en Bruselas y Madrid, y no en París? ¿No bastaría con que el presidente francés apostara en público por otro candidato o que, por el contrario, apoyara a Rato? Todo indica que son los socialistas españoles los que están planteando la oposición a Rato... sólo que por conducto interpuesto.

Es decir, ni a Rajoy ni a Zapatero les gusta que Rato alcance tan prestigioso cargo internacional. Rato en el FMI se convierte en la gran reserva del Partido Popular para las elecciones de 2008, para disputarle la Presidencia del Gobierno a Zapatero y la Presidencia del PP a Rajoy. El director gerente del FMI tiene categoría de jefe de Estado, pero de un 'Estado' mucho más poderoso que muchos Gobiernos. Cualquier teléfono se levanta en cualquier despacho del globo, cuando llama el director del Fondo. Demasiado peligro, tanto para los unos como para los otros.

Por cierto, Rajoy ha ofrecido a Rato la dirección del Grupo Parlamentario. Éste, con mucha elegancia, le ha dicho que seguramente Javier Arenas haría mejor papel en ese puesto.

La gratitud no es virtud política.