Cursaba yo estudios de Periodismo (perdón, Ciencias de la Información) en la Universidad de Navarra el 23 de febrero de 1981.

Nada más conocerse el intento de golpe de Estado, y dado que no teníamos televisión -requisito éste vital para una correcta información académica- nos marchamos a un hotel próximo, en cuyo salón se había congregado un centenar de personas. Como la TV estaba muda, decidimos encender el transistor que llevábamos con nosotros. Pronto, la gente se arremolinó alrededor del mismo y nos convertimos en el centro de la fiesta  (el transistor, no nosotros), tanto que nadie quería dejarnos marchar (al transistor, no a nosotros), a pesar de nuestros sesudos comentarios al respecto. Mucha ignorancia, es lo que hay.

En verdad, aquella noche se consolidó la democracia en España, teorías conspiranoides aparte que, sinceramente, me interesan cada vez menos. Fue un Transición hecha para la reforma, no la ruptura, que es lo que no se está haciendo ahora en las revueltas árabes pero, en cualquier caso, la democracia española sí se afianzó y esa es una buena noticia dado que el Gobierno del pueblo sigue siendo el peor sistema político posible excluidos todos los demás.

No me gustan las teorías conspiranoides pero tampoco la simplonería de los ganadores, los ganadores del 23F, ni esa tendencia a que los sesentones de hoy -porque ya son sesentones- simplifiquen el panorama político. El 23F se abortó, y eso es bueno, pero los golpistas tampoco representan todos los males sin mezcla de bien alguno. Quiero decir que también se perpetran ahora mismo otros atentados contra la Constitución, por ejemplo, los independentismos, sin que nadie les califique de golpistas sólo porque suelen venir de los nacionalismos exacerbados o de la izquierda.

Y es que la progresía es muy simplista. Lo mismo pasa con la II República. Si atendemos al discurso oficial, resulta que aquel régimen era un ejemplo de democracia y que los que se rebelaron contra él no eran más que fascistas. Mientras no abramos esa falsa ventana, mucho me temo que seguirán existiendo las dos Españas. Esto es, seguirá existiendo el cainismo español.

Y en 30 años ya es hora de olvidarnos de esas hazañas bélicas de demócratas luchando por la libertad contra la malvada dictadura franquista, que fue autocracia sí, pero más dictablanda que dictadura.

Ahora, cuando nadie la pone en duda, es el momento para reformar la Constitución de 1978. ¿Que por qué ningún político quiere hacerlo? Sencillo, todo proceso constituyente suele acabar con la jubilación del ponente. Un ejemplo: Mariano Rajoy no está dispuesto a reformar el modelo, la Constitución, aunque no hay peligro de involución, porque sabe que duraría en Moncloa hasta el mismo día en que culminara su iniciativa regeneradora.

Y el caso es que la democracia española ha degenerado en partitocracia. Una serie de medidas permanentemente aplazadas legislatura tras legislatura, resultan más imprescindibles que necesarias. A saber:

1. La más importante: reducir a dos los mandatos presidenciales. Ocho años, ni uno más, pues si el poder absoluto corrompe absolutamente, el poder permanente corrompe eternamente.

2. Reducir el Estado. No sólo las competencias autonómicas, que han convertido el país en un reino de Taifas, sino la totalidad del Estado.

3. Promover la natalidad: la sociedad española está envejecida y mortecina.

4. Romper las barreras de entrada al sistema para romper la partitocracia, además de instituir las listas abiertas y la financiación de los partidos y los salarios de los políticos para recuperar la idea de servicio al bien común. Al mismo tiempo, recomponer el voto: no es normal que un voto en Madrid valga cuatro veces menos que en una entidad de provincias.

5. Volver al derecho fundamental a la vida, sin el cual no existe derecho alguno.

6. Romper el oligopolio informativo de los señores de la prensa, los grandes multimedia. Cinco grandes grupos controlan la información en España.

Porque lo de los nostálgicos de la lucha contra el 23-F -casi todos muy exagerados o directamente mentirosos-, 30 años después, ya huele un poquito. Se lo digo yo, que contribuí al fracaso de la pérfida intentona golpista con un transistor y no me vanaglorio por ello.

Eulogio López 

eulogio@hispanidad.com