Con el paso del tiempo acabó por amoldarse y parecer la más unida familia norteamericana: Homer, un padre medio tonto; Marge, una madre que parece la émula de Elsa Lanchester en «La novia de Frankenstein», con sus pelos altivos de un azul estridente; dos hijos tan opuestos que representan la sensatez y la madurez y Maggie, la niña con su chupete.
Homer y Marge, dos miembros de la sana y convencional familia norteamericana, pero sólo en apariencia. Sus dos hijos, Bart y Lisa, son dos niños rebeldes y cariñosos que esconden, como sus padres, ya que no son lo que parecen. Los cuatro, más la niña que no habla, son el núcleo esencial de Springfield.
El mundo creado por Matt Groening es muy complejo. En ese mundo surrealista sobresalen dos personajes femeninos: Marge y Lisa Simpson. Ambos, el ama de casa ejemplar y la estudiante aplicada que desea ir a la universidad, son los únicos personajes razonables, sensatos, inteligentes, responsables y capaces de mantener un equilibrio precario en la familia. Los compañeros chiflados de la central nuclear, el depresivo Moe, el alcalde Quimby y el gordo jefe de policía Wiggum son unos corruptos, las fumadoras y envidiosas hermanas de Marge, Patty y Selma y el payaso Krusty completan el grupo.
La caricatura del mundo real potencia más que invalida la captación de la realidad como ninguna otra serie lo haya podido hacer de forma tan compleja y sugerente. Si se superponen episodios, personajes y tramas, el resultado es el plano del mundo a escala real pasado por su más feroz y certera crítica. Una serie que no respeta la dignidad humana ni los derechos del niño. Habría que plantear a las autoridades competentes que se prohíba su emisión en los horarios infantiles.
Clemente Ferrerclementeferrerrosello@gmail.com