El hombre que denunció la tomadura de pelo de la supresión de los derechos de suscripción preferente en ampliaciones de capital y emisión de obligaciones ha muerto cuando había conseguido llevar al Gobierno español ante los tribunales comunitarios por estas prácticas. Su obra, que será editada en breve, constituye el mejor resumen de la gran pugna económica actual: la que libran los ejecutivos contra los propietarios, Por el momento, como bien sabía José María Trevijano, ganan los primeros por goleada
Resulta muy duro decirlo, pero muchos poderosos habrán respirado hondo tras conocer la muerte de José María Trevijano. Este empresario riojano afincado desde muy joven en Vizcaya fue presidente de la patronal del Metal vizcaína y del Partido Popular en aquella provincia vasca.
Se le conoce por haber sido el gran denunciante de la supresión de los derechos de suscripción preferente en las ampliaciones de capital y en la emisión de obligaciones, una práctica con la que muchos consejos de administración de grandes empresas redujeron al accionista al papel de mera comparsa. BBVA. Santander, Repsol YPF, Telefónica, Fenosa, etc., puede decirse que ninguna multinacional española se libró de esta lamentable práctica, primero ilegal, siempre ilegítima.
En solitario, sin ningún apoyo institucional porque están todos pringados, como le gustaba recordar- Trevijano se convirtió en un Quijote al que todo el mundo daba la razón pero nadie quería hacer caso. El Banco de España, la Comisión Nacional del Mercado de Valores, el Ministerio de Economía, todos formaron una muralla para que sus denuncias no llegaran a buen puerto. En los tribunales, se le neutralizó con la fórmula de la imposición de fianzas, que Trevijano no podía financiar al estar denunciando emisiones de muchos miles de millones de las antiguas pesetas (y de muchos miles de los actuales euros), una práctica que imposibilita la persecución en España de determinadas prácticas empresariales fraudulentas.
Se convirtió en un experto en la materia, temido en las juntas de accionistas pero cercado por todos sus adversarios, empeñados en que no abriera ese melón. Era, en verdad, un correoso enemigo del poder de las tecnoestructuras frente a la propiedad. Por fin, consiguió, en Europa, que la Comisión Europea llevará a los tribunales comunitarios la norma española. En Hispanidad hemos hecho crónica de una batalla que ha sabido llevar en solitario. No sólo eso; su defensa del accionista queda plasmada en su informe titulado En defensa de los inversores y de sus derechos, una crónica bastante completa de las derrota de la propiedad frente a los ejecutivos en la gran empresa del finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI.