Izquierda Unida sufre la mayor crisis de su historia. El "voto útil" ha ido mermando su presencia parlamentaria durante toda la joven democracia española. Pero el 14-M fue la puntilla. Constituyó grupo parlamentario gracias a los votos por correo, porque en el recuento de las mesas se quedó al 4,99% del voto escrutado.
El desastre electoral tiene también una traducción presupuestaria. A menos diputados, menos fondos. Y sin fondos, hay que despedir al personal. Y por si fuera poco, la presentación de la candidatura europea contó con el 42% de oposición interna. En resumen, una crisis interna de las que hacen órdago. Tanto como que Francisco Frutos recomendó a Gaspar Llamazares que "hiciera las maletas y se fuera a su casa". Mucho.
La única tabla de salvación era una reforma de
Pero, tras el 14-M, las cosas podrían haber sido diferentes. El PSOE era consciente que tenía una deuda de gratitud con IU, que, al fin y al cabo, fue quien movilizó la calle el sábado 13. Los comunistas esperaban que el PSOE les pagase con un guiño en
O sea, más intervencionismo. Que los candidatos deben ir a la televisión a debatir, resulta obvio desde la óptica de la transparencia. Rajoy se equivocó claramente. Pero incluir el debate en una normativa parece que es ir demasiado lejos. Más obligar a que las listas contemplen la paridad entre hombres y mujeres. ¡Menudo insulto para las mujeres que vayan en las listas sabedoras de que muchas puede que asistan por una mera normativa! Lo que no acabamos de entender es por qué el intervencionismo socialista no establece también cuotas por edades, razas, religiones y niveles educativos. De esta forma, tendríamos unas candidaturas mucho más plurales y representativas de la realidad social. ¿Por qué no elevar la estupidez al infinito?