El periodista alemán Peter Seewald publicó un libro -Luz del Mundo- de conversaciones con Benedicto XVI (en la imagen). Ahora el libro es famosísimo, porque sesudos vaticanistas y cronistas varios han encontrado en él las claves y el pre-anuncio de su renuncia al Papado. Ya saben: procédase a coger unas líneas, se sacan de contexto y ya puede relacionarse la gimnasia con la magnesia.
Pero el libro da para mucho más. Por ejemplo, para comprobar el humor de este Papa estupendo. Por ejemplo, Seewald le pregunta por el cientifismo imperante, esa especie de materialismo básico y pedantón que rige el mundo actual, y Benedicto XVI comenta: "la cientificidad se ha convertido en la categoría suprema. Últimamente vi algo que me hizo sonreír: en la televisión se dijo que ahora estaba 'científicamente demostrado' que las caricias de las madres son beneficiosas para los niños".
Y tiene toda la razón, seguramente el autor convertía la evidencia sobre la benéfica influencia del cariño materno en los hijos en un hecho científicamente demostrable. Y no: esa benéfica influencia es más mostrable que demostrable, más cierta que científica, más razonable que racional.
El problema es que las cosas más importantes de la vida, como la existencia de Dios, el amor, el dolor, el origen y destino del hombre, etc., son más mostrables que demostrables y que la ciencia, como todo aquello que se apoya en lo material no puede demostrar lo inmaterial. En otras palabras, la ciencia nos sirve para bien poco. Sobre todo, no nos sirve para lo que más necesitamos: dar un sentido a nuestras vidas.
Sí, vamos de echar de menos a Joseph Ratzinger.
Eulogio López
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