"El capitalismo no funciona", afirmó el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan. Al menos eso dice el rencoroso ex secretario del Tesoro norteamericano, Paul O'Neill, quien ha escrito un libro ("El Precio de la Lealtad") para vengarse de George Bush, que le cesó.
El gran Alan guarda silencio, que es lo suyo, y por el momento no ha desmentido la acusación. Decimos acusación porque si Greenspan, asalariado del monetarismo norteamericano y adalid de los tipos bajos, representante eximio del capitalismo globalizador, afirma que el capitalismo no funciona, corremos el riesgo de que sea verdad. A fin de cuentas, no lo ha dicho un globófobo ni tampoco Stalin.
Visto lo que está ocurriendo en Barcelona, el asunto da que pensar. Samsung cierra su factoría en Barcelona y 446 empleados se quedan en la calle. La factoría catalana no está en pérdidas, y, además, ha recibido las consiguientes subvenciones de la Generalitat y del Gobierno central. Ya se sabe que la instalación de una multinacional se ha convertido en una subasta, en la que las grandes corporaciones ponen en venta su inversión y, al final, resulta que no invierten nada, salvo su marca y su prestigio, porque todo se lo pagan las instituciones locales.
Pero, al parecer, estas privanzas no bastan. Samsung gana dinero, pero está dispuesto a ganar más, con el cierre de todas sus plantas en Europa. No es algo personal: son negocios. El Gobierno tripartito está dispuesto a boiocotear los productos Samsung. Hace bien, pero este tipo de llamadas a la ciudadanía (acuérdense cuando Gillette cerró su planta de Sevilla) no suelen tener mucho éxito.
Samsung cierra factorías en Europa y las refuerza en China. Y así, todos los economistas anuncian que el siglo XXI es el siglo de Asia. Muy cierto, Samsung anula su producción en Europa, pero la refuerza en China. Lo mismo hacen otras multinacionales, sean de origen asiático o norteamericano. Especialmente en China, donde las multinacionales norteamericanas se implantan y hacen oídos sordos a la violación de derechos humanos y libertades individuales, entre ellos el derecho a la libertad religiosa o a la libertad de expresión.
Las multinacionales buscan una sola cosa en Asia: sueldos baratos. Están compitiendo con esquemas laborales, favoreciendo los salarios de miseria. Y para salarios de miseria, el continente asiático es el mejor. Masa de trabajadores chinos, indios, indonesios, paquistaníes o filipinos, están dispuestos a trabajar por la mitad que europeos o americanos.
Al final, las dos claves del comercio internacional, es decir, de la economía futura, globalizada, vuelven a ser la instalación de unas condiciones mínimas de trabajo (en especial, un salario mínimo interprofesional de alcance internacional) y la supresión de las subvenciones públicas a empresas y productores. Si se abre el mercado que se abra con todas las consecuencias. De otra forma, el tercer mundo seguirá compitiendo con la tecnología occidental a costa de salarios de miseria: o sea, Asia.
Al final, va a tener razón Greenspan por boca de O'Neill: el capitalismo no funciona. O mejor, el capitalismo no funciona, luego Asia es el futuro. Sólo que ¡menudo futuro!