Es cierto que en los dichos, refranes o modos de expresarse del pueblo llano, está muchas veces condensada la sabiduría y el sentir tradicional de ese mismo pueblo.
Un dicho que se viene oyendo y repitiendo, en bastante medios, últimamente, por boca de periodistas y políticos, es el enunciado como título de este aporte. Su empleo se da para aplicaciones de orden económico por la crisis, las autorías o las comparecencias ante el juez, etc.
A servidor, este dicho me retrotrae a un recuerdo más espiritual y religioso. Todos percibimos de mil modos, la fugacidad del tiempo y la brevedad de la vida. Además vamos cargados, cada cual en su conciencia, por el peso de las obras malas que hemos hecho o pecados de omisión.
Aún con fe, nos resulta a casi todos, bastante inquietante, el panorama que nos pueda aguardar tras el hecho de la muerte. Pues bien, la receta más consoladora en ese trance, es que Dios, en quien la inmensa mayoría creemos y en el que confiamos, "nos coja confesados", es decir, reconciliados con él por el sacramento del perdón o de la confesión.
Si esto no nos fuera dado, al menos, que tengamos el alma limpia de pecado mortal por un acto de
contrición y la paz con Dios y con los hombres. No siendo el momento del paso al más allá un juego; sino el más trascendente para cada uno, nadie juegue a la ruleta rusa, exponiéndose a un fracaso irremediable. Mientras vivimos, estamos muy a tiempo de poner orden en nuestro personal destino: la salvación eterna.