Sin embargo, los medios informativos -¡Ay dolor!- han conseguido imponer la ley del embudo, según la cual se castiga lo políticamente incorrecto no con la crítica, sino con el silencio, que es la muerte del alma.
La censura mediática es muy sencilla: los milagros no gustan porque abran interrogantes indeseados, sino porque responden a interrogantes comprometidos. Si acepto el milagro, ¿cómo negar a Dios? Si acepto a Dios, ¿cómo dejar de comprometerme con él?
Lo más curioso de todo es el mecanismo mental -la sociología no es más que un conjunto de mecanismos mentales generalizados- con los que se impone un manto de silencio sobre los milagros con el objetivo último de que, sencillamente, la cuestión no se plantee. Se trata de una paradoja que fuera descrita, cómo no, por Chesterton, de la siguiente guisa: Ha surgido por ahí la extraordinaria idea de que los que niegan el milagro saben considerar fría y directamente los hechos, mientras que los que aceptan el milagro relacionan siempre los hechos con el dogma previamente aceptado. Lo que ocurre es justamente lo contrario: los creyentes aceptan el milagro (con o sin razón) porque a ello les obligan las evidencias. Los descreídos lo niegan (con o sin razón) porque a ellos le obliga la doctrina que profesan (Ortodoxia).
Y yo no tengo nada más que añadir.
Eulogio López
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