El portavoz de la cristiandad ibérica, don Federico Jiménez, ha escrito en El Mundo sobre Miguel Ángel Blanco, aquel humilde concejal de un humilde pueblo secuestrado y asesinado por etarras hace ahora 10 años, el mismo 13 de julio en el que el asesinato de José Calvo Sotelo provocó el alzamiento nacional del 36 y la Guerra Civil. Tenía más parecido: entonces fueron policías y guardias civiles socialistas quienes perpetraron el asesinato, como ahora son etarras quienes, al grito de Gora Euskadi Askatuta, "Gora Euskadi Sozialista", asesinan a bocajarro a concejales indefensos con un par de tiros en la cabeza. Ya puestos a establecer fechas, los terroristas –quizás pura coincidencia- secuestraron a Blanco la víspera del cumpleaños de su bestia negra, el entonces ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja, a lo mejor para que le quedara un recuerdo indeleble.

Todo muy triste, pero veamos cómo se sirven algunos de la tragedia ajena. Dice don Federico: "Los padres y la hermana de Miguel Ángel Blanco representan una conciencia cívica y nacional que no está dispuesta a que su sacrifico fuera en vano ni a comprar un poco de olvido con un mucho de indignidad".

Es verdad que la familia del asesinado ha demostrado siempre valentía y perseverancia. Lo de conciencia cívica me gusta menos. Tiene un tufo masoncete, que un buen socio de honor de club rotario, como el señor Jiménez, expele de forma permanente.

Jiménez se define como un liberal, pero ya se sabe que, por lo menos, hay dos tipos de liberalismo: el filosófico y el económico. El liberalismo filosófico es lo más opuesto al cristianismo, porque ha degenerado en menor relativismo: no existen más principio que la ausencia de verdades absolutas. A partir de ahí, témanse lo peor.

El liberalismo económico puede ser cristiano, sí, siempre que distingamos, como aquel miembro del Partido Liberal inglés que fue Chesterton, entre libertad de empresa y libertad de poseer, que es bien distinto. Chesterton era un acérrimo defensor del derecho a la propiedad privada al tiempo que combatía a los grandes ‘trust', ahora diríamos multinacionales o corporaciones, bajo el siguiente principio: no hay que confundir el aprecio por la propiedad privada con el afecto por la empresa privada, confusión ésta demasiado habitual. Por ejemplo, el ladrón es un partidario de la empresa privada, pero no de la propiedad privada.

Por tanto, don Federico, que basa toda su influencia en el control –que no propiedad- de una cadena de emisoras de radio confesional cristiana –por tanto antiliberal- no puede hablar de conciencia cívica. No ha sido la conciencia ciudadana la que ha formado España, sino algo tan antiliberal como los principios cristianos. Ergo, a España no se la ofende cuando se asesina a Blanco –con el crimen se ofende a Dios y a todos los bien nacidos- sino cuando se intenta descristianizarla o cuando se utiliza la fe cristiana del pueblo para vender una determinada postura política, por muy buena que ésta sea. Y esto, es, precisamente, a lo que se dedica Jiménez.

Los padres y la hermano de Miguel Ángel Blanco no se rebelan en nombre del liberalismo o de la dignidad ciudadana, sino en nombre de la virtud cristiana de la justicia que exige dar a cada uno lo suyo y restituir lo robado, y en nombre de la virtud humana de la misericordia, que conlleva clemencia, y de la que los etarras y quienes les apoyan no pueden conocer ni su mismísima existencia.

Sin embargo, los Jiménez se sitúan en la línea fronteriza de la confusión.

Porque la conciencia cívica no es más que una consecuencia de la conciencia cristiana, pero la conciencia cristiana nunca nacerá de una conciencia cívica.

Eulogio López