Parecen muchos cuatro dirigentes para sustituir a Yasir Arafat, por muy líder histórico que sea. Lo cierto es que el "rais" palestino, como otros muchos mandamases de la política y la empresa, aplicaban el viejo aforismo : "Después de mí, el diluvio", por lo que no se preocupó de nombrar sucesor. Arafat murió en la madrugada del jueves 11 en París, cuando ya se había excavado su tumba en Palestina y preparados sus funerales en Egipto.

 

Inmediatamente, la Casa Blanca hizo oír su voz. Por una parte, se dirigían a Ariel Sharon para decirle que no interrumpa la retirada israelí de Gaza. Por otra parte, consideraban, con no mucho tacto, que la muerte de Arafat abría una nueva posibilidad de diálogo, a pesar de que no está nada claro quién va a dialogar ahora en nombre de los palestinos. Mucho más claro, y más lógico, fue el rey Abdalá II de Jordania, quien ha solicitado a Washington, por si no había quedado claro, la creación de un Estado palestino a la menor brevedad posible.

 

Queda, naturalmente, el problema de Jerusalén. Aquí los palestinos no aceptarán otra cosa que una capital compartida, previsiblemente con una fuerza multinacional encargada de guardar el orden.