Los Fernández y Fernández, adalides del Nuevo Orden Mundial
Argentina, uno de los bastiones de la lucha por la vida, ha cedido. El Senado argentino aprobaba ayer la nueva ley de aborto libre en el país hispano.
Conste que ya se podía abortar en Argentina por violación -escasísimos casos- o cuando había peligro para la vida de la madre -aún más escasísimos casos, prácticamente imposible-. Pero las feministas querían aborto libre porque sí y lo han conseguido.
En el infanticidio es donde mejor se refleja la blasfemia contra el Espíritu. La marca del siglo XXI: hemos pasado de la despenalización del aborto al derecho al aborto
El mercado de la muerte avanza por Hispanoamérica, donde el cristianismo sigue siendo fuerte en la vida pública, por lo que se ha convertido en una verdadera obsesión del ‘lobby’ mundial de ideología de género.
En Argentina, el peronismo siempre fue un movimiento populista pero tremendamente respetuoso con la vida de la criatura más inocente y más indefensa de todas: el concebido y no nacido. Ahora tenemos un peronismo podrido. La expresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, es una chiflada: ahora demuestra que también es una cobarde. Ha cedido ante otro majadero, Alberto Fernández, y ya los argentinos pueden presumir, como los españoles, de aborto libre.
La verdad es que en el infanticidio es donde mejor se refleja la blasfemia contra el Espíritu santo, la marca del siglo XXI: hemos pasado de la despenalización del aborto al derecho al aborto. Es la inversión suprema de valores: la verdad se convierte en mentira pero la mentira también pasa a ser verdad, el bien es mal y el mal se convierte en el canon del bien… y también la belleza se convierte en fealdad y lo feo crea la escuela artística conocida como ‘feísmo’. En plata, que la madre que trocea a su propio hijo en sus propias entrañas está ejerciendo un derecho protegido por la ley. ¡Toma ya!
En la historia sólo hay dos fases: la que se ensaña con el débil y la que le protege
En la historia sólo hay dos fases que alternan ciclos determinados por la libérrima voluntad del ser humano: aquellas etapas que se ensañan con el débil y aquellas otras en que la sociedad protege al débil. En la primera se entroniza al miserable que, ojo, se convierte en tirano pero no en maestro. Pero la gran novedad de la era actual, la de Blasfemia contra el Espíritu es que hasta ahora todos sabían que el miserable era un miserable. Por el contrario, hoy, el miserable decide, por ley, que sus canalladas constituyen la más sublime expresión de bondad. Esa es la cuestión, la marca de nuestro tiempo: lo bueno es malo, lo malo es bueno. De ese laberinto no se puede salir.
Decía Juan Pablo II que nuestra época no tiene por qué ser el fin del mundo. Es más -hablaba en 1979-, aseguraba que la maldad de nuestra época no es ni mayor ni menor que la de cualquier otra. Pero, añadía, lo que sí resulta llamativo es la incapacidad de una generación para trasmitir a la otra un conjunto de principios morales que antaño pasaban de padres a hijos, en trasmisión natural, no programada, como por ósmosis. La ruptura de esa cadena de trasmisión es la que provoca, por ejemplo, que el aborto pase de despenalizable a derecho humano.
Este peronismo podrido ha decretado el aborto en Argentina. Cuando la marea viscosa de ensañamiento con el más inocente y más indefenso de todos los seres humanos, el concebido y no nacido, termine nos llevaremos las manos a la cabeza ante el horror que hemos creado o hemos permitido.