¡Qué vergüenza! Los jueces del Tribunal Supremo acaban de decidir que el trabajador despedido deberá conformarse con 33 días de indemnización por año trabajado. Y al secretario general de CCOO, Unai Sordo, no le ha parecido nada bien. Según Sordo, el despido tiene que ser la última salida para un empresario, a la fuerza, naturalmente. Es más, se rasga las vestiduras cuando le hablan de suprimir el principio de causalidad. Es decir, que para despedir a un trabajador hay que tener un motivo fijado por ley. O sea, que el señor Unai Sordo no cree en la propiedad privada. Si alguien tiene un negocio y considera, por lo que sea, que debe despedir a un empleado, según Unai eso sería ilegal y vergonzoso: ¿cómo se atreve? 

Aunque la propaganda de los últimos cincuenta años asegura que el despido libre atenta contra el derecho a la vida, o algo así, suena muy raro un mercado laboral marcado por estas tres variables: despido libre, si cabe, con indemnización pactada de antemano; eliminación de los impuestos laborales, las famosas cotizaciones sociales y otros extras y, eso sí, salarios dignos. 

¿Qué es un salario digno: aquel que permite a una familia -he dicho familia- vivir con dignidad sin depender de las limosnas del Estado? 

Estamos muy lejos de las tres patas. La encíclica Rerum Novarum, de León XIII, deja claro que no es el mercado el que debe marcar el salario sino las necesidades del empleado y de su familia. ¿Esto atenta contra el sentido del mercado, que se guía por el equilibrio entre ingresos y costes? Sin duda, pero es que el ser humano está por encima del mercado.

Y si el salario que no lleva la ruina a una empresa no alimenta a una familia... entonces hay que cambiar el sistema o a la empresa.

Vamos con el primero, el despido libre. Ojo y sin la mencionada causalidad de don Unai Sordo. El empresario no es un malvado que disfruta echando gente al paro. Simplemente contrata cuando necesita trabajadores y despide cuando no los necesita. Y no debe ser un tercero, el Estado, o un juez, o un sindicato, quien decida si debe echarle o no. Lo decide él porque es el propietario, porque es su propiedad. 

Contratar a un trabajador no puede ser casarse con él. Entre otras cosas, porque con tanta protección y encareciendo el despido, lo que estamos haciendo es ser injustos con los compañeros del vago, que no cumple su tarea pero al que se iguala con los empleados responsables que sí cumplen. 

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¿Y qué pasa con los impuestos? ¿Y por qué el trabajo tiene que sufrir impuesto? Las rentas no digo que no, y el gasto pero, ¿el trabajo? 

Entre otras cosas porque los sindicalistas siempre reclaman trabajar menos y cobrar más, pero eso es algo un pelín complicado. Los sindicatos, y el progreso en general, se adhieren al reparto de la miseria. Suprímanse las cotizaciones y páguense las pensiones con IVA... y que los impuestos que la empresa paga a Yolanda Díaz y a Elma Saiz, que es una barbaridad, se los abone al empresario al trabajador.

Despido libre, eliminación de las cotizaciones y salarios dignos. Son las tres patas para un nuevo mundo del trabajo, además del modelo más justo de mercado laboral. 

Lo malo no es que el gobierno social-comunista de Pedro Sánchez no esté pensando en ello. Lo malo es que en las tres patas tampoco piensa Alberto Núñez Feijóo, porque a España le ha tocado en suerte una derecha socialdemócrata.

Ahora bien, conste que, sin acabar con las cotizaciones sociales y sin perder el miedo a contratar y despedir, jamás se logrará el pleno empleo en España. 

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