Al ver estos días las campañas publicitarias de los principales anunciantes con motivo de la Navidad, alguna película “navideña” adelantada en la principal cadena televisiva, las felicitaciones de los Reyes y de los Reyes Eméritos, las tertulias y comentarios de mucha gente en las compras extraordinarias “para estas fiestas”… He echado en falta, con asombro y tristeza, la referencia al motivo y a los actores principales de la celebración. Ni Jesús Niño, ni la Virgen María, ni San José aparecen por ningún lado en muchísimos lugares.
No he podido por menos que pensar en el absurdo tan enorme en el que está metida de hoz y coz una gran parte de esta sociedad antaño cristiana y hogaño camino de la apostasía casi generalizada.
Omitir el motivo de una celebración, deliberadamente o no, es insania, locura o, como mínimo, un despiste monumental. Tras tantos años de profesor universitario, he tenido la oportunidad de asistir a algunos homenajes a personalidades relevantes. Cuesta imaginar que no se nombre al homenajeado y que haya asistentes al acto que no sepan por qué están allí.
Entonces, como tengo la funesta manía de pensar, me puse a cavilar sobre cómo hemos llegado hasta aquí. Y hallé, a bote pronto, una decena de causas. Y, como no me gusta echar balones fuera, me centré en el papel que había tenido la desinformación y la manipulación mediática en este proceso descristianizador.
Como escribí hace ya muchos años, en mi libro más leído y valorado, una de las siete enfermedades graves del periodismo convencional que producía la desinformación de los ciudadanos era que, por darle tanta importancia a los hechos más recientes y por el prurito de objetividad, es decir, por no valorarlos conforme a razón, los medios daban miles de noticias de hechos y declaraciones, pero omitían lo esencial: las causas, consecuencias y significado de esos acontecimientos, y su relación en el tiempo y en el espacio con otros hechos e ideas. Y, sobre todo, su valoración ética, que era una crítica concurrente del gran Chesterton. Como escribió el gran filósofo francés Jean Guitton, se producía un “silencio sobre lo esencial”.
Además, ese sistema “objetivista” de informar ha sido un factor decisivo y nefasto en la conformación de un relativismo moral y de una superficialidad intelectual en una enorme multitud de personas.
Todo este entramado continúa en gran parte. Pero, además, sobre todo en las últimas décadas, hay que añadirle la voluntad de muchos editores de silenciar a aquellas personas y aquellos acontecimientos e ideas que no interesan, convienen o contrarían a los poderes ideológicos, políticos y económicos dominantes, que es el núcleo duro de la manipulación mediática, junto con la calumnia sistemática.
También que ese silenciamiento activo y sistemático (y la calumnia recurrente y persistente) se refiere principalmente a Cristo, su mensaje y sus fieles. De hecho, y por poner un solo ejemplo, salvo ustedes, lectores de Hispanidad, gracias a la excelente labor informativa de José Ángel Gutiérrez, y los de algún otro pequeño medio, la inmensa mayoría de las personas desconocen la diaria y cruel persecución de los cristianos que se está dando, hoy y ahora, en más de dos decenas de países. Y, de un modo menos cruel, pero muy sibilino, en muchos más.
A esta desinformación y manipulación de los muchos medios afines al poder dominante, hay que añadirle la impericia de una gran parte de los pocos medios católicos para contrarrestar esa manipulación y difundir con gracia y Gracia las verdades que es bueno dar a conocer. ¡Cuántas veces, al analizar algunas controversias informativas, me ha venido a la cabeza aquello de que “los hijos de las tinieblas son más avispados que los hijos de la Luz”!
Por último, hay que tener en cuenta la carencia enorme de esa educación en Humanidades y específicamente del sentido crítico ante los contenidos de los medios de comunicación, entre otras muchas deficiencias de nuestro sistema de enseñanza, desde 1985 al menos.
Sin embargo, por muy fuerte que haya sido la influencia de los medios al servicio de unos poderes anticristianos, y la carencia de una educación espiritual, ética, e intelectual adecuada por parte del sistema de enseñanza, el factor decisivo de la descristianización, como ya dijera en su momento san Juan Pablo II, ha sido el abandono de la transmisión de la fe en tantas y tantas familias. Por lo que, junto a cuidarse de las asechanzas de los enemigos, lo más importante es que cada familia vuelva a valorar la buena noticia de la Navidad.
Es decir, así a bote pronto que, tras hacer el Belén, se rece diariamente ante él, en común y cada uno por libre. Oración de agradecimiento infinito por Su Venida para redimirnos; de arrepentimiento por nuestras faltas; de adoración por su condición de Rey del Universo, a imitación de los pastores; de petición de las virtudes de la Humildad y la Caridad… Y, por supuesto, asistir con reverencia a los oficios litúrgicos de estos días santos.
Y, claro, también cada uno desde su profesión, situación y estado dar testimonio valiente de que celebramos nada más y nada menos que la venida de nuestro Dios y Salvador, recordando aquello de que “a quien me confesare delante de los hombres…”. Un cristiano no puede omitir lo esencial. Y mucho menos en Navidad. Felicidades.