La democracia, se nos dijo, era la herramienta más noble que una sociedad avanzada podía darse a sí misma. Un sistema de participación, equilibrio y justicia, donde la igualdad de los ciudadanos se plasmaba en instituciones firmes y transparentes. En España, sin embargo, el ideal se ha ido desfigurando hasta convertirse en una caricatura grotesca: la democracia no se vive como una garantía de justicia, sino como un instrumento para perpetuar privilegios, intereses y relatos del poder para el poder. Los últimos acontecimientos ofrecen ejemplos de manual de esta decadencia, dignos de Valle-Inclán y su “esperpento”.

Estos cinco episodios recientes -elegidos entre otros muchos- muestran una constante: el vaciamiento de la democracia como instrumento de justicia e igualdad

1. La flotilla que naufragó antes de zarpar. El primer espectáculo lo protagonizó la autoproclamada “flotilla de la libertad” rumbo a Gaza. Barcos, pancartas y mucha épica... hasta que, pocas horas después, volvieron a puerto. Eso sí, lograron la foto Ada Colau y Greta Thunberg, ahora convertidas en iconos feministas internacionales, como si aquello fuese una reedición del desembarco de Normandía pero en versión “verde y violeta”. Casi al mismo tiempo, pero en la misma dirección de manipulación política, grupos propalestinos en España exigían boicotear al equipo israelí de ciclismo en la Vuelta, y en las calles batasunos y pancartistas compartían sin rubor la bandera palestina y la ikurriña, con la que blanquean a los herederos de ETA. Más que una protesta política, parecía un carnaval mal organizado donde cada cual ondeaba la bandera que mejor quedaba para el postureo.

2. El fiscal que da lecciones desde la sospecha. Otro esperpento lo encarna Álvaro García Ortiz, fiscal general del Estado. A punto de verse a sí mismo en el banquillo, inauguró el curso jurídico con un discurso solemne, cargado de lecciones morales y jurídicas. La ironía es tan grande que se podría vender como producto de exportación. Se adelantó a la posible condena, envolviéndose en el ropaje de la dignidad institucional mientras se ponía la venda antes de la herida de cara al más que posible juicio al que deberá enfrentarse. Para colmo, el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, decidió no acudir, no por convicción o verdadera indignación, sino por puro cálculo electoral. Una ausencia que no responde a principios, sino a tacticismo político. Ni justicia ni ética: puro teatro.

3. La entrevista imposible de Pedro Sánchez. Tras catorce meses de silencio mediático, después de un verano aciago para él, el presidente Sánchez decidió conceder una entrevista. ¿Dónde? En TVE, su televisión de confianza con una consorte ideológica, Pepa Bueno. Allí le recibieron, con preguntas milimétricamente preparadas, un guion que habría firmado cualquier jefe de prensa de Moncloa. Pero ni con semejante alfombra roja ha logrado recuperar el relato. Se mostró a la defensiva, nervioso, interrumpiendo a Pepa Bueno para redirigir el mensaje, incapaz de esconder que la calle ya no le compra el discurso. Quiso aparecer como estadista, pero transmitió la imagen de un político atrincherado, que evita las preguntas incómodas, como quien evita un charco con zapatos de charol.

4. Los incendios y el “no son piromanías”. En plena ola de incendios devastadores, Sánchez declaró con toda solemnidad que “no hay pirómanos”, que son inventos de la “buloesfera” negacionista, que todo responde a la “emergencia climática”. La realidad: casi un centenar de detenidos por prender fuego a montes y campos. Pero para Moncloa, esto es secundario; lo importante es sostener el dogma globalista del cambio climático. Los árboles arden, pero lo que importa es que ardan en el relato correcto. Así se difunde la idea de que todo desastre natural confirma la tesis oficial, aunque los hechos digan lo contrario. Si un día nieva en agosto, también será culpa del cambio climático.

5. La política judicializada hasta el tuétano. Por último, la serie interminable de juicios que rodean al Gobierno. Su familia, los más cercanos al presidente, personas de confianza del PSOE y los círculos íntimos del poder… todos en el radar de la justicia. España asiste a un espectáculo bochornoso: la política se defiende en los tribunales más que en el Parlamento. Los mismos que se presentan como guardianes de la democracia resultan ser protagonistas de sumarios, autos y diligencias judiciales. El mensaje a los ciudadanos es demoledor: “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”.

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Estos cinco episodios recientes -elegidos entre otros muchos-, muestran una constante: el vaciamiento de la democracia como instrumento de justicia e igualdad. Lo que debería ser un sistema de control mutuo y responsabilidad se ha degradado en un simple decorado. El Gobierno usa la democracia como un trampantojo: aparenta pluralidad, pero lo que hay detrás es puro control del relato para mantenerse en el poder. Un presidente que se le llena la boca de democracia, pero que no adelanta las elecciones porque sabe que las perdería, porque tiene miedo a la calle, porque tras su salida le esperarán los juzgados, también a él.

La decadencia política en España no se mide solo en encuestas o titulares, sino en la capacidad del poder de usar la democracia como disfraz. Hemos pasado del “gobierno del pueblo” al “gobierno sobre el pueblo”, donde las instituciones se pliegan a intereses de partido y donde la verdad importa menos que la puesta en escena.

Quizá algún día la política vuelva a ser lo que nunca debió dejar de ser: un servicio al bien común. Mientras tanto, nos toca asistir al esperpento, con un pie en el sarcasmo y otro en la indignación, viendo cómo los que deberían dignificar la democracia la convierten en su juguete favorito.

Hemos pasado del “gobierno del pueblo” al “gobierno sobre el pueblo”, donde las instituciones se pliegan a intereses de partido y donde la verdad importa menos que la puesta en escena

El clima: no toda la culpa es nuestra (Esfera de los libros), de Steven E. Koonin. El debate sobre el cambio climático suele presentarse como indiscutible: aumento del nivel del mar, tormentas más destructivas y una catástrofe económica inevitable. Sin embargo, el autor, un prestigioso científico estadounidense, desmonta el discurso oficial mostrando cómo gran parte de lo que llega al público está cargado de sesgo político y simplificaciones. Con rigor y claridad, este libro aporta claves esenciales para distinguir entre certezas, dudas y mitos, ofreciendo una visión crítica y reveladora.

Periodistas en tiempos de oscuridad (Ariel), de Fernando Belzunce. La historia reciente cobra vida a través de quienes la cuentan arriesgando su libertad y hasta su vida. Sin un periodismo libre, la democracia se desvanece. En este ensayo coral, Fernando Belzunce reúne más de cien testimonios -Nobel, Pulitzer, corresponsales de guerra, exiliados o jóvenes periodistas- para revelar qué supone informar en tiempos de censura, populismos y fake news. Una obra imprescindible que denuncia las amenazas globales contra la prensa.

Los demonios de la mente (Encuentro), de Mattia Ferraresi. ¿Por qué personas inteligentes acaban creyendo disparates? Así surgen las teorías conspirativas: dudas atractivas, pero sin base que prometen verdades ocultas. En plena era de desinformación, se desconfía de todo y, a la vez, se cree en cualquier cosa. Ferraresi, con humor y lucidez, retrata este fenómeno: desde las redes sociales creadoras de certezas instantáneas a delirios sobre Kennedy o murciélagos lunares. Un retrato crítico y entretenido de nuestras obsesiones colectivas.