Decíamos ayer que Isabel Rodríguez se estrenó como portavoz del Gobierno con una metedura de pata tras otra. Con sus complejitos a cuestas, se negó a reconocer la evidencia de que el castrismo es una dictadura sangrienta, la más duradera y proselitista del mundo hispano.

Las encuestas le sitúan por detrás del PP. Si Podemos continúa marcando al Gobierno, la derrota puede convertirse en endémica

Pues bien, poco después, salía al quite el propio presidente, para recuperar la evidencia: en efecto sentenció Sánchez, Cuba es una tiranía (bueno, no llegó a tanto pero, al menos, dijo que Cuba no era una democracia)  pero oiga, no por ello hay que invadirla ni presionarla, que nuestro presidente pretende aparentar moderación pero no puede ocultar su cobardía.

Es lo mismo que le ocurrió con el chuletón del insigne Alberto Garzón. Nada hay más lesivo para un Gobierno que caer en el ridículo, y lo de no comer carne empezaba a resultar mucho peor que malo: empezaba a resultar cachondeable.

En política económica, la estafa europea seguirá ‘conjurando’ el desastre del sanchismo: “Señores: ya que gobernamos mal, al menos gobernemos barato

¿Qué le está ocurriendo a Sánchez? Pues le está ocurriendo que las encuestas le sitúan por detrás del PP. Si los majaderos de Podemos continúan marcando la pauta al Gobierno, la derrota puede convertirse en endémica. El amodorrado electorado español acepta cualquier tipo de extremismo de fondo pero no soporta las estridencias formales.

En política económica, la estafa europea seguirá ‘conjurando’ el desastre del sanchismo. La actitud de Nadia Calviño, un desastre como rectora de la economía española- contradice a aquella frase genial de Sagasta: “Señores: ya que gobernamos mal, al menos gobernemos barato”.

La radicalidad de Sánchez en los principios clave -vida, familia, educación, cristofobia- no ha cambiado ni cambiará. Ahí se muestra tan ultra como los podemitas

Eso sí, Sánchez mantiene su radicalidad en los principios clave -vida, familia, educación, cristofobia- que no ha cambiado ni cambiará. Ahí se muestra tan ultra como los podemitas. Porque, insisto; el español tiene unas tragaderas tremendas para los conceptos aunque se vuelva finísimo en las formas. En política, se entiende.