La vida de piedad extraordinariamente santa y ejemplar de la comunidad de Ciempozuelos de los Hermanos de San Juan de Dios, que describimos en el artículo del domingo anterior, explica el heroísmo con el que aceptaron el martirio 34 de sus componentes, asesinados por los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones, durante la Guerra Civil española, en la más importante persecución, por el número de mártires, que la Iglesia católica ha sufrido en sus dos mil años de existencia.
Y si repito constantemente esta coletilla en todos mis artículos no es porque tenga manías, es porque me parece inadmisible la denominación oficial que hacen los obispos españoles llamándoles “mártires del siglo XX” o “mártires de la década los treinta”, porque dicha denominación oculta que fueron los antepasados políticos de quienes hoy gobiernan en España los autores de dicha persecución. Nunca aceptaré esta manipulación histórica, porque no he aceptado ninguna manipulación en toda mi carrera universitaria, y porque además esta manipulación es una traición a nuestros antepasados que pusieron en juego su vida para defender la permanencia de la fe en España, cuando un bando de la Guerra Civil se empeñó en exterminar a la Iglesia católica de España y el otro bando trató de que no fuera así y protegió a la Iglesia. Esta es la pura verdad y lo de “mártires del siglo XX” o “mártires de la década de los treinta”, con mitra o sin mitra, son componendas cobardes. A quien corresponda: quede aclarada “mi manía” de una vez por todas..., y sigamos con el martirio de los religiosos de Ciempozuelos.
Hace quince días ya describimos el martirio de los veintidós Hermanos de San Juan de Dios de la comunidad de Ciempozuelos, que derramaron su sangre en Paracuellos del Jarama (Madrid). Hoy vamos a referirnos a los doce que faltan hasta completar el número de mártires que faltan hasta completar el de 34. Siete de ellos eran de nacionalidad colombiana y fueron asesinados en Barcelona el 9 de agosto de 1936. Los otros cinco restantes entregaron su vida en distintos puntos de España.
El primer asesinato perpetrado en el hospital de San José en Ciempozuelos no fue el de ningún religioso, pero las circunstancias que rodearon a este crimen hablan a las claras de la motivación antirreligiosa de los asesinos. Poco después de que estallara la Guerra Civil, los milicianos armados vigilaban las tapias del recinto hospitalario para que no pudiera marcharse ningún religioso. Pues bien, entre los enfermos mentales había uno con tendencia a fugarse, que ya les había dado más de un problema a sus cuidadores. Este demente, en medio del desconcierto, se escapó y saltó la tapia; y sin mediar palabra fue acribillado a tiros y murió. Los milicianos que lo abatieron celebraron su muerte por “haber dado caza al primer fraile huido”.
El 1 de agosto de 1936 fue asesinado el primer religioso de la comunidad de Ciempozuelos. Fray Gaudencio Íñiguez tenía el oficio de procurador y era, por lo tanto, el encargado de efectuar las compras para el sanatorio. Sus superiores le indicaron que fuera a Madrid para hacer algunos pagos pendientes, por lo que le proporcionaron una cantidad de dinero. Se quitó el hábito y salió vestido de paisano, pero desde el primer momento fue seguido por milicianos. Al llegar a la estación del Mediodía de Madrid, le detuvieron, le robaron el dinero y le llevaron en un coche hasta Valdemoro, donde le asesinaron ese mismo día.
El 1 de agosto de 1936 fue asesinado el primer religioso de la comunidad de Ciempozuelos. Fray Gaudencio Íñiguez. Al llegar a la estación del Mediodía de Madrid, le detuvieron, le robaron el dinero y le llevaron en un coche hasta Valdemoro, donde le asesinaron
En la división de la Orden de 1934 en tres demarcaciones eclesiásticas, Ciempozuelos quedó adscrita a la provincia de Nuestra Señora de la Paz, a la que también pertenecían las comunidades que había en Colombia. Por esta razón fue habitual la permanencia de hermanos españoles en Colombia y de colombianos en España. Concretamente en la comunidad de Ciempozuelos había siete Hermanos de San Juan de Dios de esa nacionalidad.
Cuando estalló la Guerra civil, los superiores hospitalarios hicieron gestiones ante el comité del Frente Popular de Ciempozuelos, para poder repatriar a estos siete colombianos. Tramitados los pertinentes permisos salieron el día 7 de agosto hacia Madrid, donde por lo noche cogieron un tren para dirigirse a Barcelona, donde tenían previsto embarcarse, rumbo a su patria. En todo momento estuvieron en contacto los diplomáticos de la embajada de Madrid con Ignacio Ortiz Lozano, cónsul general de Colombia en Barcelona. Pero, desgraciadamente, también estuvieron en contacto los milicianos de Madrid con los de Barcelona, de modo que cuando llegaron a Barcelona los siete hermanos colombianos fueron apresados, de la estación de tren fueron llevados a la cárcel y de la prisión al martirio el día 9 de agosto de 1936. Vemos unos párrafos de la protesta del cónsul general de Barcelona ante el consejero de Gobernación de la Generalidad de Cataluña presidida por Luís Companys (1882-1940), en los que se cuenta lo que sucedió:
“Confirmo a usted mi conferencia verbal de anoche, por la cual presenté personalmente la más enérgica eprotesta por la arbitrariedad cometida con ciudadanos colombianos. Manifiesto a usted que han sido vilmente asesinados en esta ciudad por las llamadas milicias siete ciudadanos colombianos; a su tiempo advertí a quien correspondía que no se cometiera una imprudencia ni una precipitación con esos infelices, víctimas del odio y de la insania de ciertas secciones armadas y prohijadas por el Gobierno de Cataluña. No se me oyó. Se me desconoció toda autoridad para defenderlos y para tomarlos a mi cuidado. Se me alegó el internacionalismo, la guerra y otras disculpas revolucionarias para impedirme verlos. Se les fusiló por el solo delito de ser sacerdotes de la religión católica, y con el pueril pretexto de que las células estaban borrosas, tal vez hechas por un funcionario poco cuidadoso; pero es cierto que advertí a los milicianos de Cataluña que era procedente, necesario, justo, obligatorio y humano, proceder a comprobar su exactitud por el sencillo medio de un telegrama o un telefonema al Ayuntamiento de Ciempozuelos, donde habían sido expedidas.
Nada de esto se hizo, y a las seis de la mañana se pasó por las armas, de manera cobarde y arbitraria, a este grupo de ciudadanos colombianos, cuyos pasaportes habían sido expedidos por la legación de Colombia en Madrid, los cuales han sido decomisados, ocultados o destruidos por los verdugos (…) Tengo noticias de que también me traían hasta 7.000 pesetas y 500 dólares que hasta la fecha no he recibido ni he hallado en los cadáveres, los cuales fueron identificados por mí en el Hospital Clínico”.
El día 8 de agosto de 1936, a las tres de la tarde, llegaron al hospital de San José de Ciempozuelos cuatro furgonetas con guardias de asalto. Procedían de la Dirección de Seguridad y allí les iban a llevar para declarar. Fueron saliendo en fila de uno hasta un total de 52 Hermanos de San Juan de Dios. A la puerta del hospital se había congregado un grupo de gentes que, puño en alto, pedían a gritos que les dieran el “paseo”. A esta gentuza les secundó uno de los conductores de las furgonetas que, entre blasfemias, dirigiéndose a los religiosos que subían a su vehículo, dictaba sentencias de muerte, repitiéndoles varias veces:
-“Con las ganas que tenía de hincharme de carne fraile”.
A media tarde del día 8 de agosto llegaron la Dirección de Seguridad, y al día siguiente fueron traslados a la cárcel de San Antón, cuyo final en Paracuellos del Jarama ya se lo conté hace quince días.
Uno de los conductores de las furgonetas que, entre blasfemias, dirigiéndose a los religiosos que subían a su vehículo, dictaba sentencias de muerte, repitiéndoles varias veces: “Con las ganas que tenía de hincharme de carne fraile”
Entre los hermanos ancianos o enfermos que el comité de Ciempozuelos permitió que se quedasen en el hospital se encontraba fray Flavio Argüeso, un palentino de 56 años que padecía muchos achaques. Recluido en unas dependencias del hospital se entregó a la oración, animando al resto de la comunidad a perseverar. Los milicianos le respetaron solo unos pocos días. La noche del 12 de agosto le llamaron para “declarar”. Junto con uno de los enfermeros laicos, Arturo Cubertoret, le llevaron en un coche a las afueras de Ciempozuelos, donde les asesinaron.
Otro de los que no se llevaron a la Dirección de Seguridad fue Francisco Arias, un sacerdote de Granada de 52 años, que había ingresado en el noviciado de los Hermanos de San Juan de Dios en diciembre de 1935. Cuando comenzó la detención de la comunidad el día 7 de agosto, Francisco Arias sufrió una crisis de pánico y corrió a esconderse en una oquedad que había en uno de los bancales de la finca, donde permaneció hasta el día 9 sin moverse. Ese día era domingo y por la tarde jugaban un partido de fútbol milicianos contra enfermeros. Y en una de las jugadas el balón se salió del campo de juego y fue a caer justo en la entrada de la cuevecilla donde estaba escondido Francisco Arias. Salió de su escondite con un aspecto tan lamentable, sucio, picado por los mosquitos, desfigurado…, que le llevaron directamente a la enfermería. Le dejaron tranquilo unos días, hasta el 18 de agosto, que le sacaron del hospital y le asesinaron en el término de Valdemoro.
Jacinto Hoyuelos era un novicio de 22 años, procedente de la provincia eclesiástica de San Juan de Dios, que había ido a Ciempozuelos en enero de 1936, con el fin de cumplir el servicio militar, atendiendo a los militares que había en el hospital, debido al acuerdo establecido con el Ministerio de la Guerra, que comentamos hace quince días. Por este motivo, cuando se llevaron a la comunidad a la Dirección de Seguridad el doctor José Sloker, teniente coronel y jefe de la sección militar del hospital, les dijo a los milicianos:
-“Este es soldado y por eso se queda”.
El doctor Sloker ha dejado testimonio del acoso y maltrato que sufrió el hermano Jacinto Hoyuelos por parte de los enfermeros que había introducido en el hospital el comité de Ciempozuelos, para sustituir a la comunidad, que permanecía presa en la cárcel de San Antón. Jacinto Hoyuelos fue asesinado el 18 de septiembre de 1936. Uno de los Hermanos de San Juan de Dios, que permanecía como él en el hospital, cuenta lo sucedido:
“Como todos los inmolados, fue llevado al comité del pueblo (lo deduje por una conversación con uno de sus componentes, Tomás Sánchez); allí fue interrogado por su matiz político: “¿Eres monárquico? ¿Republicano? ¿Crees en Dios? Dios ya no existe. ¿No ves cómo hemos quemado las iglesias y no aparece por ningún sitio?” El hermano, a todas estas barbaridades, contesto sellando sus labios, por lo que fue considerado como tonto e imbécil. Estaba ya decretada su sentencia. De allí lo llevaron a las cercanías de la estación, donde lo mataron a tiros. Los verdugos pensaron después que era mejor simular un suicidio; para ello subieron al manicomio a por la cuerda de la cual colgaron al hermano en el puente del ferrocarril que hay junto a la estación. Al día siguiente hicieron correr por el pueblo la noticia de que un fraile había saltado las tapas de manicomio y se había ahorcado. Para hacer más verídica la patraña, llamaron al juzgado y fue llevado al depósito del cementerio”.
El doctor Sloker ha dejado testimonio del acoso y maltrato que sufrió el hermano Jacinto Hoyuelos por parte de los enfermeros que había introducido en el hospital el comité de Ciempozuelos, para sustituir a la comunidad, que permanecía presa en la cárcel de San Antón
En la comunidad de Ciempozuelos había unos doce hermanos considerados entonces como ancianos, pues sus edades oscilaban desde los sesenta a los noventa años. Los milicianos, en principio, aceptaron que este grupo no fuera a la Dirección de Seguridad y se quedara en el hospital. Sin embargo, no todos se acogieron a esta concesión; uno de ellos fue Tobías Borrás, un hermano de 75 años, que había dejado un recuerdo de bonhomía y santidad en Granada, donde era muy conocido por haber ejercido allí el encargo de limosnero, por lo que recorría las calles de Granada y visitaba los domicilios de tantas familias que contribuían con sus donativos a la labor de los Hermanos de San Juan de Dios. En Ciempozuelos, como buen conocedor de los trabajos agrícolas, se ocupaba del grupo de enfermos que trabajaban en los huertos del Hospital de San José.
Tobías Borrás partió en una de las cuatro furgonetas de los guardias de asalto que llevaron a la comunidad a la Dirección de Seguridad y junto con el resto de sus hermanos ingresó en la cárcel de San Antón. Pero debido a su estado de salud, los carceleros le pusieron en libertad el 2 de noviembre. Permaneció en Madrid, en una fonda de la calle Arenal y después en una casa de la calle Toledo. En febrero de 1937, consiguió ser evacuado y llegó a Valencia, donde se dirigió al sanatorio de la Malvarrosa que pertenecía a los Hermano de San Juan de Dios. Lo que no sabía Tobías Morras es lo que había pasado en la Malvarrosa.
El hermano Tobías Borras debió quedar sorprendido a su llegada, pues el establecimiento había cambiado su nombre de “Asilo Hospital de San Juan de Dios”, por el de “Sanatorio Hospital Popular”. Lo que también desconocía fray Tobías Borrás es que once religiosos de la Malvarrosa habían sido asesinados y se había incautado del hospital un comité del Frente Popular. Se había metido en la cueva del lobo.
A su llegada le recibió el jefe de los rojos y le prometió que al día siguiente, el 22 de febrero de 1937, un coche le llevaría a Vinaroz donde tenía conocidos. Y en efecto ese coche llegó y le recogió, pero a la altura del kilómetro 7 de Vinaroz le bajaron del vehículo y le asesinaron.
Javier Paredes
Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá