A lo largo de las últimas décadas, Occidente ha ido deslizándose hacia una concepción de la realidad cada vez más líquida, donde todo parece interpretable y, en última instancia, sustituible. En este clima de subjetivismo, donde se proclama que todo vale, incluso aquello que niega cualquier criterio material de su existencia, me sorprende que todavía existan fechas que se resisten a la apisonadora ideológica relativista. Fechas que no son exclusivamente al ámbito de la fe, sino que forman parte del sustrato cultural, histórico y simbólico que ha modelado nuestra manera de vivir, de relacionarnos y de comprender la vida. Estoy hablando, como no puede ser de otra manera en este artículo de la Navidad.
La Navidad no es solo el recuerdo litúrgico del nacimiento de Cristo para los cristianos, aunque sea la raíz de todo ello. La Navidad también es, un acontecimiento cultural de primer orden que ha vertebrado durante siglos la vida social de Europa y, por extensión, de todo Occidente. En torno a ella se han configurado hábitos familiares, ritmos sociales, expresiones artísticas, valores compartidos y una muy concreta visión de qué es la persona humana. En el centro de todo ello está una afirmación radical: el ser humano tiene un valor infinito, porque es querido, amado y creado a imagen y semejanza de Dios. Esta idea, con todas sus implicaciones, ha sido uno de los pilares sobre los que se ha levantado nuestra civilización.
Cuando se vacía de contenido simbólico una fecha como la Navidad, no se está realizando un simple ajuste terminológico: se está interviniendo en la memoria colectiva
Sin embargo, esta visión que habla de esperanza, de redención, de amor y de sentido, parece increíble que resulte tan profundamente incómoda para determinadas ideologías contemporáneas. Ideologías que, bajo el paraguas del progresismo o de una supuesta neutralidad cultural, parecen empeñadas en disolver cualquier referencia que recuerde el origen cristiano de estos días en nuestra sociedad. No se trata solo de una crítica religiosa; es un cuestionamiento cultural de gran calado. Porque cuando se vacía de contenido simbólico una fecha como la Navidad, no se está realizando un simple ajuste terminológico: se está interviniendo en la memoria colectiva.
En este contexto se inscribe la decisión del Gobierno de Castilla-La Mancha, presidido por Emiliano García-Page, de eliminar las denominaciones “Navidad” y “Semana Santa” del calendario escolar, desde el curso 2023-2024, y que, a fecha de hoy, sigue sin corregir el error, sustituyéndolas por expresiones asépticas como “descanso del primer trimestre” y “descanso del segundo trimestre”. Después de tres cursos escolares trabajando en las mentes de los escolares, su consolidación no deja de resultar significativa. El argumento es tan barato como claro, pues pretenden avanzar hacia un lenguaje más secular, presuntamente inclusivo y neutral, despreciando las raíces que dan sentido a estas fechas, que son raíz y fundamento de tradiciones y costumbres más allá de las fechas de descanso.
Pero conviene preguntarse: ¿neutral para quién? ¿Inclusivo a costa de qué? Porque la realidad es que millones de familias, creyentes o no practicantes, siguen celebrando la Navidad en sus hogares. Siguen transmitiendo a sus hijos la ilusión del encuentro familiar, del sentido de pertenencia. Siguen viviendo el día de Reyes Magos como un momento de alegría infantil y de continuidad cultural. Parece que nada de esto desaparece porque un calendario administrativo cambie los nombres, pero sí erosiona algo más profundo: el reconocimiento público de nuestras raíces cristianas, de lo que somos y de lo que hemos sido.
Lo preocupante no es solo el cambio nominal, sino la naturalidad con la que se asume. Nadie parece preguntarse por qué se hacen estos cambios ni a quién benefician realmente. La política cultural se ha convertido, en demasiadas ocasiones, en una labor de apisonadora silenciosa, que avanza sin debate, sin pedagogía y sin consenso social. Cuando la ley se utiliza para modificar el lenguaje común con la pretensión de transformar la cultura, entramos en un terreno delicado.
Más grave aún resulta el argumento, cada vez más extendido, de que estas decisiones se toman para no “ofender” a culturas ajenas a la nuestra. Se invoca la tolerancia, pero se practica una tolerancia asimétrica. En lugares como Ceuta y Melilla -también en Cataluña-, se ha implantado el menú halal en los centros escolares públicos, independientemente de las convicciones personales de cada ciudadano. No se trata aquí de negar derechos ni de fomentar exclusiones, sino de señalar una evidencia: la hospitalidad no puede convertirse en renuncia permanente de la propia identidad.
La tolerancia auténtica no es la negación de uno mismo, sino el respeto mutuo desde identidades claras. Resulta legítimo acoger, integrar y respetar a quienes llegan de otras culturas y religiones. Pero también es legítimo —y necesario— afirmar que toda persona que vive en un país debe aceptar sus normas, sus costumbres y su marco cultural básico. Esto ocurre en cualquier lugar del mundo. Cuando un occidental viaja o se establece en países con tradiciones religiosas y sociales muy distintas, sabe que debe adaptarse a ellas, le gusten o no. Si no lo hace, asume las consecuencias o elige otro destino más compatible con su forma de entender la vida.
Tender puentes no significa diluir los pilares. Defender la Navidad como lo que es: una fiesta cristiana como memoria cierta del nacimiento del Hijos de Dios y un hito cultural de Occidente. Esto implica, simplemente, no renunciar a lo que nos ha dado forma. En tiempos de confusión, recordar el origen no es un acto de nostalgia, sino de responsabilidad. Porque solo quien sabe quién es puede dialogar de verdad con el otro sin miedo y sin complejos.
Selección Cuentos de Navidad (Encuentro), de Francisco J. Gómez Fernández. La editorial ha hecho una recopilación de los tres volúmenes que ya fueron publicados. Se trata de una ocasión excepcional para descubrir y disfrutar en estas fechas de cuentos y poemas navideños firmados por grandes clásicos de la literatura española y por autores actuales. Galdós, Pardo Bazán, Valle-Inclán, Gloria Fuertes o Gómez de la Serna acompañan al lector a lo largo de más de seiscientas páginas llenas de tradición, sensibilidad y espíritu festivo.
El cristianismo desvelado (EDAF), de Luis Antequera. Más allá de creer o no, vivimos en una sociedad profundamente marcada por la herencia cristiana, especialmente visible en la Navidad, pero presente todo el año en símbolos, costumbres y valores. Este libro invita a comprender el origen y la evolución histórica de esas tradiciones: quién fue Jesús, por qué celebramos la Navidad, cómo surgieron la Iglesia y sus ritos. Ofrece respuestas claras y accesibles a preguntas que aún hoy nos acompañan.
Historias de un Belén (Palabra), de Tina Walls. De los tres títulos de la autora, escogemos el central de todo el Misterio. Un relato navideño esencial para compartir en familia. Tina Walls rinde homenaje al belén clásico y a la Navidad vivida en casa con toques de humor, destacando la magia del Niño Jesús y la memoria familiar. Montar el belén marca el inicio de la Navidad: cada figura, incluso la más inesperada, refleja recuerdos, cariño, desorden y amor. Porque todo belén narra dos historias: la sagrada y la tuya, también merece.