¡25 de julio! Hoy es el aniversario del gran triunfo que en 1968 obtuvieron los modernistas, que es la herejía que ha abierto las puertas de la Iglesia católica para que penetre dentro el humo de Satanás. Los clérigos que alumbraron esta herejía a finales del siglo XIX fueron muy malos estrategas para engrosar sus filas. Hacían propuestas intelectualoides de este tipo “¿Quieren ustedes ser autónomos y prescindir de la tradición y del magisterio para decidir si en la Santísima Trinidad en lugar de tres personas hay veinticinco?” Y la respuesta del respetable no podía ser otra que la indiferencia.

Pero el 25 de julio de 1968, el papa Pablo VI publicó la Humanae vitae, y esta vez los modernistas aprovecharon la oportunidad: “¿Quieren ustedes ser autónomos y prescindir de la tradición y del magisterio para decidir lo que está bien y lo que está mal en la cama de matrimonio? Y como eso sí que le “rentaba” al personal -que dicen ahora los chicos- se fueron tras del modernismo “mogollón de católicos”, por seguir la jerga juvenil. Y después de ese gran triunfo del modernismo en 1968, desde entonces no han dejado de engrosar sus filas. En la Iglesia católica cuando en uno de los puntos de la doctrina y de la moral se introduce el subjetivismo a conveniencia, con el tiempo ese subjetivismo acaba afectando a todo el cuerpo doctrinal. Se empieza por no estar abiertos a la vida y se acaba cerrando la puerta al torrente de la gracia santificante.

Como algún autor ha afirmado, la defensa del depósito de la fe fue la cruz y la gloria del Pablo VI. Sus enseñanzas fueron transmitidas por medio de numerosos documentos y discursos, que llegaron incluso a ser rechazados formalmente en algunos ambientes católicos. Por esta razón, para que al menos la encíclicas -documentos solemnes del magisterio pontificio- no pudieran ser utilizadas como mecanismos de provocación por considerar algunos clérigos que sus contenidos eran materia opinable y discutible, después de publicar la Humanae vitae, no volvió a publicar ninguna encíclica más. Pablo VI es uno de los papas que menos encíclicas ha publicado, solo siete en sus quince años de pontificado. Por prudencia, decidió a partir de entonces exponer la doctrina en otro tipo de documentos menos solemnes.

El documento del magisterio del papa Pablo VI sobre la familia más importante es la encíclica Humanae vitae, sobre la regulación de natalidad. Juan XXIII había creado en 1963 una comisión consultiva de expertos en moral, biología, medicina y sociología para que estudiasen esta cuestión. Por su parte, Pablo VI amplió dicha comisión que prosiguió sus debates de un modo errático y acabó presentado una serie de conclusiones en 1966 que sembraron una auténtica confusión doctrinal, lo que condujo a pensar en algunos ambientes que la Iglesia podía cambiar las normas de moralidad en esta materia. En estas circunstancias, por tanto, faltaba que el Papa pronunciase la última palabra. Del estado de ánimo del romano pontífice pueden dar una idea las siguientes palabras que pronunció en una audiencia, pocos días antes de publicar la Humanae vitae: Nunca como en este momento -manifestó Pablo VI-  habíamos sentido el peso de nuestro cargo. Hemos estudiado, leído y discutido todo lo posible; y también hemos rezado mucho... ¡Cuántas veces hemos tenido la impresión de quedar desbordados por tal cúmulo de argumentaciones! ¡Cuántas veces hemos temblado ante el dilema existente entre una fácil condescendencia con las opiniones corrientes y una sentencia que pudiera parecer intolerable a la sociedad actual, o que pudiera ser arbitrariamente gravosa para la vida conyugal!

El documento del magisterio del papa Pablo VI sobre la familia más importante es la encíclica Humanae vitae, sobre la regulación de la natalidad

Cuentan que por aquel tiempo la cara del papa Pablo VI era elocuentemente triste. Y no era para menos. Todos los días le presentaban a su firma cientos de expedientes de sacerdotes que solicitaban la secularización. Sin embargo, una mañana  la cara del papa había cambiado y estaba radiante, hasta el punto de que uno de los monseñores se atrevió a preguntarle.

-¿Qué le pasa hoy a Su Santidad? -A lo que respondió

- Pues que esta madrugada he firmado la encíclica Humanae Vitae.

Como no podía ser de otro modo, el papa reafirmó la doctrina de siempre en la encíclica, y tras exponer los principios doctrinales de la ley natural y evangélica establecidos por Dios, que la Iglesia no puede variar por cuanto solo es su depositaria e intérprete, declaró como inmoral el uso de los contraceptivos.

Era sabido, que en esta como en otras materias, quienes desde hacía tiempo se habían enfrentado al magisterio pontificio no iban a acatar las enseñanzas pontificias de la Humanae vitae. Sin embargo, en este caso, para atacar los principios morales de la Humanae vitae se utilizó más que la táctica del rechazo frontal, la táctica modernista de sembrar una enorme confusión. Fue así como algunos se erigieron en difusores de una interpretación manipulada de la Humanae vitae, haciéndole decir por su boca a Pablo VI, justo lo contrario de lo que dice la encíclica. En este sentido, es muy significativa la opinión extendida en ciertos ámbitos católicos de que es lícito el uso de los contraceptivos como derivación de la  "paternidad responsable", de la que, en efecto, habla Pablo VI pero en sentido bien diferente. Bien es cierto, que a poco que se preste atención a los argumentos de los voceros de la manipulación, se percibe que sus propuestas van dirigidas realmente a la promoción de una paternidad "confortable", en consonancia con la sociedad hedonista de los últimos años. Y la “paternidad confortable” ha desembocado en una crisis demográfica en España sin precedentes. Por mi edad, he sido testigo del antes y del después del 25 de julio de 1968. Les cuento la experiencia que he vivido.

Tras exponer los principios doctrinales de la ley natural y evangélica establecidos por Dios, que la Iglesia no puede variar por cuanto solo es su depositaria e intérprete, declaró como inmoral el uso de los contraceptivos

La barriada de Vallecas de mi infancia era, en su más pleno y verdadero sentido, un barrio proletario, algo bien distinto del significado que el marxismo da a esta palabra. Las calles siempre estaban llenas de niños, que jugábamos al fútbol en el asfalto de la calzada, por donde también circulaban los coches; y como los niños de Vallecas éramos muy considerados, cuando venía un coche… Casi siempre deteníamos el juego y lo dejábamos pasar sin tirarle piedras ni hacerle nada. La verdad es que no veían muchos, porque en mi barrio había muy pocos vehículos, desde luego muchísimos menos que niños porque, como ya he dicho, mi barrio de Vallecas de hace sesenta años era un barrio proletario, muy proletario; por eso nosotros ganábamos por goleada a los coches, porque las familias de mi Vallecas de entonces tenían prole y algunas con bastantes retoños.

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Cuando se pierde el sentido de la vida, lo lógico es negarse a transmitirla. Y no hay mayor extravío en la vida que negar el sentido transcendente de la existencia humana. Por este motivo, me parece desafortunada la convocatoria que se está haciendo desde determinadas instituciones católicas a una “batalla cultural”, porque en la raíz no hay ningún problema cultural, ya que el origen no es otro que el religioso, que es lo que esas instituciones católicas no se atreven a decir, no vaya a ser que les llaman anticuadas. ¿Pero con qué derecho un matrimonio católico se niega a tener hijos, futuros candidatos a la felicidad eterna en el Cielo, para vivir ellos dos una “paternidad confortable”? Cierto que esta actitud acaba derivando en importantes problemas demográficos, económicos y culturales, pero en el origen de todo hay un problema relgioso: negar nuestra condición de criaturas, dependientes de Dios creador, para reafirmarnos como seres autónomos, expulsar de su trono al Señor de la vida, para colocar en su lugar la grosera comodidad de la “paternidad confortable”.

Por eso ahora hay muchas casas donde solo vive la pareja sin niños, pero con dos coches, uno para cada parte integrante de la pareja. Pero que el Vallecas de mi infancia y juventud fuera un barrio proletario no quiere decir que fuera un barrio rojo. Cierto que en la transición se apoderaron de él los comunistas, pero cuando yo era niño, las cosas eran de otra manera. En mi parroquia de San Diego, situada en la Avenida del mismo santo, había procesiones de Semana Santa con legionarios incluidos, que escoltaban a un impresionante Cristo crucificado, cuya capilla cuidaba con esmero Fray Damián, que también sabía montar unos belenes espectaculares. Y naturalmente todos los domingos por la tarde había bautizos en la parroquia, yo diría que bastantes, porque las ceremonias duraban unas tres horas.

Por aquel entonces, no había bautizos comunitarios, a los niños se les bautizaba de uno en uno y quedaban tan requetebién sacramentados que, a la salida de la iglesia, cada padrino mostraba su contento tirando un puñado de caramelos o confites a las pandillas de chavalines, que agradecidos le cantábamos para que nos tirase más: «Eche usted padrino, ¡Eche, Eche,  Eche! ¡Eche, eche, eche, no se lo gaste en leche!». Y con el mismo tonillo también usábamos otra letra justiciera contra el padrino tacaño y remolón, que se negaba a rociar el aire con caramelos: «Eche usted padrino, ¡Eche, Eche,  Eche! ¡Eche, usted padrino, no se lo gaste en vino!». Que la educación que nos daban entonces en barrio tan proletario, alcanzaba para llamarle a uno borracho con una metáfora.

Recuerden: el paganismo excita más el vómito que comer tocino a cucharadas.

Y a día de hoy ¡cómo han cambiado las cosas! Se ha roto la tradición y las tardes de los domingos ya no se ven salir bautizos de las iglesias, porque además de que desgraciadamente no todos se bautizan, hay muy pocos niños. Ahora desde luego y como ya he dicho, muchísimos menos que coches y mascotas. Por este motivo el padrino es una especie a proteger, porque ya casi no quedan, ni de los que tiran caramelos a los niños, ni de los que se lo gastan en vino. Ya solo nos queda lo de la leche, porque me reconocerán que lo del suicidio demográfico de España es la leche, y no apta precisamente para el consumo ni de los padrinos ni de nadie, ya que esta es muy mala leche y es de difícil digestión para el desarrollo social y económico de España.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá