El padre Juan María Gorricho (1889-1960) vuelve a ser protagonista en la Noche Vieja de 1936 en la cárcel de Porlier de Madrid. Para los perseguidores de la Iglesia durante la Guerra Civil española -los socialistas, los comunistas y los anarquistas, alentados por los masones- el Padre Gorricho era un trofeo mayor.

A los doce años había ingresado como postulante de los Misioneros del Corazón de María y se ordenó de sacerdote en 1916. Hombre de una capacidad intelectual extraordinaria, devotísimo de la Santísima Virgen y predicador infatigable por todas las provincias de España, desde 1932 le trasladaron a la casa general en la madrileña calle del Buen Suceso. Su fama aumentó desde que dirigió la popular revista El Iris de Paz, a la que estaban suscritas muchísimas familias españolas desde 1884.

Menos conocido es que el padre Gorricho se convirtió en “el Maximiliano Kolbe español” durante su estancia en la cárcel de Porlier. Sucedió que el claretiano se ofreció a dar su vida a trueque de la de su compañero de prisión, un padre de familia, el teniente coronel Mario González Revenga que iba a ser ejecutado. Afortunadamente se salvaron los dos, pero el gesto del padre Gorricho quedó en secreto, porque él prohibió que se dijera nada de lo sucedido antes de su muerte.

Compañero de prisión del padre Gorricho fue Javier Martín Artajo (1903-1991). Durante su estancia en la cárcel de Porlier los dos trabajaron de camilleros en el servicio quirúrgico de la prisión, que regentaba el doctor Silva. Por esto, todo lo que cuenta en su libro Javier Martín Artajo tiene tantísimo interés.

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En consecuencia, así como el miércoles pasado les felicité la Noche Buena transcribiendo un texto del libro de Javier Martín Artajo, en el que se cuenta cómo fue la misa del padre Gorricho en la Noche Buena de 1936 en la cárcel de Porlier, hoy les felicito el Año Nuevo con el relato de la Noche Vieja 1936 en esa misma prisión; las reflexiones del padre Gorricho sobre la responsabilidad de nuestros actos, sin duda que nos pueden ayudar a hacer algún buen propósito para el próximo año nuevo de 2026.

Feliz Año Nuevo

 

NOCHE VIEJA DE 1936 EN LA CÁRCEL DE PORLIER

(Relato extraído del libro No me cuente Ud. su caso. Javier Martín Artajo. Edit. Biosca, S.A. Madrid. 1955, págs. 234-239. Ilustraciones de Antonio Cobos)

“El año 1936 fue despedido con satisfacción; con satisfacción de decirle adiós. En la Historia de España, aquel año sería, sin duda, una de sus fechas más gloriosas; mientras corría fue acaso uno de los más angustiosos y duros de vivir.

Estaba en pleno desarrollo la operación quirúrgica emprendida para extirpar el cáncer comunista de las entrañas de la Patria. La convulsión y el dolor llegó hasta el más apartado de los hogares.

Si el sufrimiento pudiese ser apreciado por una columna de mercurio, como la temperatura, seguramente Porlier hubiera alcanzado la máxima gradación. No es, pues, extraño que los presos despidieran con satisfacción un año tan doloroso.

Nochevieja, como fiesta pagana, fue más favorecida por la administración cancelaria y, como menos mínima y familiar, no ahondó tanto como la Navidad en el corazón de los recluidos. El día se dedicó a pronósticos que, por desgracia, no era prudente consignar por escrito.

¿Se acabará la guerra en 1937?

En la camarilla, la contestación fue un unánime; la guerra terminaría aquel año.

¿Cómo?

Con la victoria de los nacionales -respondieron todos- salvo el periodista, quien creyó que la presión internacional impondría un pacto entre los combatientes.

¿Qué suerte correrían los presos?

Hubo diversidad de opiniones: desde la salida triunfante por la puerta grande hasta la masacre general, en el último momento, pasando por la evacuación a otras cárceles o al campo de concentración.

¿Espera usted ser superviviente?

Solo Francisco, se declaró carne obligada de mosquetón; los demás, de una u otra manera, confiaban en sobrevivir.

Con mucho cuidado para que no se apagase el más leve soplo de desgracia, cada uno protegió con sus propias manos la llamita de ilusión con que nació el año 1937.

Gentes del anónimo dieron prueba de excepcional gallardía: un hombrecillo corcovado, cobrador de recibos, se enfrentó un día con el miliciano que quería avasallarle: dame una pistola como esa y veremos a ver a quién queda en pie, le retó

Había que preparar el espíritu para una prueba larga. La inquietud debería ceder su puesto a la paciencia, y la esperanza abrir el camino a la fortaleza. Paciencia y fortaleza son árboles que crecen despacio, de fibra apretada, como la encina y el roble.

Buen troquel, el del tiempo, para probar la dureza del espíritu. Los blandos buscan afanosamente remedio inmediato a sus males y, al no encontrarlo, se entregan al desaliento. Los fuertes se crecen con la esperanza y, en último término, si se les escapa de la mano, sufren y callan. Entre unos y otros, una inmensa gama de caracteres se exterioriza en las mil incidencias del ordinario vivir.

Allí, en Porlier, cada uno de estos tipos psicológicos tuvo su representación, y es lo cierto que su clasificación no correspondía, algunas veces, con la que cada cual había tenido en la vida social o política, ni con la fama alcanzada en tiempos fáciles.

Alguno que creció tan ligero como el chopo, se doblegó fácilmente ante el empuje del huracán. Personajillo hubo que pretendió hacer méritos para salvar la pelleja, maldiciendo la hora en que se presentaba la aviación nacional; lloraba previsoramente por sus hijos huérfanos y, cuando se liberó, le faltó tiempo para buscarles hermanitos, y no en casa.

En cambio, gentes del anónimo dieron prueba de excepcional gallardía: un hombrecillo corcovado, cobrador de recibos, se enfrentó un día con el miliciano que quería avasallarle.

- Dame una pistola como esa y veremos a ver a quién queda en pie, le retó.

Si hubo que rectificar el juicio sobre los demás, también el propio fue sometido a minucioso análisis. El comienzo del año es siempre propicio a la reflexión.

Las vidas, purificadas por el dolor, tenían mayor transparencia que nunca. Sin embargo, como moscas volantes en ojos débiles, los pensamientos fijos interferían en la mirada del alma.

En tan inmenso cataclismo, la obsesión de la responsabilidad agobiaba las cabezas más reflexivas. Sin pretensión de hacer filosofía de la historia, en aquel primer día del año 1937, el Padre Gorricho y Francisco departían tratando de encontrar las razones por las que la Providencia había dispuesto o consentido que sobre España recayese el azote más duro que la justicia divina podía enviar a una nación: la guerra civil.

- Los pueblos como entidades sociales que son -mantenía el religioso-, no tienen existencia ultraterrena, y, por consiguiente, la justicia del Cielo tiene que operar en esta vida. La Providencia puede dejarlos abandonados a su suerte, y entonces la molicie la depravación irán haciendo su obra demoledora, o, apiadándose de ellas, bañar sus culpas en sangre y cauterizarlos con fuego. Yo creo que tal es la explicación de cuanto España padece.

- Lo grave, Padre, para todos, y, sobre todo, para los que de una manera o de otra hemos podido influir en la vida social, es la responsabilidad que nos incumbe por no haber hecho cuanto en nuestra mano estaba para prevenir y evitar tan espantosa catástrofe. Esto me desasosiega más, cuando se acerca el momento de rendir cuentas, que el recuerdo de mis culpas particulares.

- Efectivamente; estas quedan saldadas con arrepentimiento y penitencia; pero las grandes culpas colectivas solo con sangre se borran.

- Pero las víctimas no son precisamente los culpables. Muchos de ellos están a salvo, y, en cambio, han caído precisamente, y siguen cayendo, los que más hicieron por levantar a la Patria.

- Es verdad; pero bien, sabes que las víctimas para el sacrificio se han elegido siempre entre los corderos y mancilla. Los que tienen que pagar por sí no pueden ofrecer compensación por los demás. Toda la estética cristiana está basada en el valor del sufrimiento para lavar las culpas. Recuerda que solo la Víctima más inocente pudo ganar con su sangre la redención del género humano. Cuando hay víctimas propiciatorias, la Providencia se apiada, con su sacrificio, de los que forman la colectividad. Este es el inmenso valor de los héroes y de los mártires en la historia de los pueblos, y no hace falta que lleguen a figurar en la historia escrita. Estoy seguro que hay muchos héroes y mártires desconocidos que en estos momentos están inclinando con sus méritos el fiel de la balanza divina.

- ¡Qué difícil es desasirse de sí mismo para ser dignos de esa función redentora!, ¿verdad?

- Tampoco creas que Dios pide más a cada uno de lo que, conforme a sus fuerzas y circunstancias, puede dar. Cuando nadie de los que nos rodean oculta sucede ante la checa, y con la mayor naturalidad dan testimonio de ella cuando se les pide están empezando a subir la escala del martirio. Cuando ninguno traiciona a su Patria y prefiere la muerte a servir al enemigo, ha ceñido su frente con el laurel del héroe.

- Pero ¿qué otra cosa puede hacerse sino eso?

- Nada más; pero en eso está precisamente el sacrificio meritorio de cada uno, según Dios se lo va pidiendo, y el sacrificio ofrecido por la Patria entera, en la forma que la Providencia lo ha dispuesto.

-Total -concluyó Francisco-: que desde el asco que propuse el rancho nauseabundo hasta el terror, que nos hace castañetear los dientes cuando la muerte pasa a nuestro lado, ¿Dios lo pesa y lo computa en la deuda que España ha de pagar?

- Sin duda Francisco; y esto debe ser nuestro mayor consuelo para sufrir lo que Dios nos mande, y si pudiéramos, para ofrecernos aún dignos de mayores sacrificios.

- ¡A formar!

Había llegado la orden del recuento; los presos habían de formar en la galería más amplia, y pasarse el número de uno a otro como reclutas de un batallón.

El año comenzaba con 628 presos en la sexta galería de Porlier”.

 

Javier Paredes

Catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá.