No es habitual que un banquero dimita a los 61 años de edad -Oliu tiene 76 y no piensa jubilarse-, ni siquiera en un organismo tan trepidante como la Autoridad Bancaria Europea (EBA por sus siglas en inglés). Sí es cierto que Campa es más bien un burócrata que lo más cerca que ha estado del negocio fue durante su etapa en el Santander (2014-2019) como responsable de Asuntos Regulatorios de la entidad. En cualquier caso, se marcha en la flor de la vida bancaria.
Campa tenía dos objetivos encima de la mesa y ninguno ha salido adelante, no porque no haya puesto suficiente empeño, sino porque son complejos y no dependen de él únicamente. Por un lado, fusionar la EBA con el BCE, esto es, lo que antaño era la dirección general de supervisión del Banco de España (la EBA) y la inspección propiamente dicha, que ahora realiza el BCE. Sí, la EBA abarca toda Europa y la inspección del BCE sólo a Eurolandia, pero eso sólo nos lleva a preguntarnos: o se fusionan supervisión o inspección... o la EBA deja de terner sentido.
Porque el gran fracaso es la Unión Bancaria. Lo admitió el mismo Campa en 2023 y el panorama no ha cambiado mucho desde entonces. “Estamos en una situación de debilidad estructural”, afirmó entonces. Los fans de la Unión Bancaria Europea, que los hay, tendrán que esperar todavía un poquito más tras la dimisión de Campa.
El sector, en cualquier caso, atraviesa un momento crucial con la aparición del euro digital, que el BCE está acelerando a marchas forzadas. El problema no es tecnológico, sino más profundo y tiene que ver con el papel de los bancos privados en el futuro, cuando el euro digital sea moneda de uso común y los europeos podamos tener una cuenta corriente directamente en el BCE.
¡Ah! y no nos olvidamos de la OPA BBVA-Sabadell, cuyo fracaso podría abrir la puerta a una fusión Santander-BBVA. Recuerden que Campa ya estuvo a las órdenes de Ana Botín.
En cualquier caso, a lo mejor, en este caso, sí que hay que dar pábulo a las consabidas razones personales, dado que Campa estaba hasta el gorro de un organismo que se había vuelto espantosamente burocrático, con 500 funcionarios haciendo normas que no todos cumplían porque a lo mejor son imposibles de cumplir. Y él en París y su familia en España.