El euro digital vuelve a escena. Aunque no estará listo en octubre, como anunció Christine Lagarde en marzo de este año, su lanzamiento se ha convertido en una de las prioridades de Bruselas. No se lanzará finalmente este año, pero el acuerdo de los Veintisiete para ponerlos en marcha se cerrará antes de que termine el año.
Así lo acordaron los ministros de Economía y Finanzas de la UE, el viernes. Uno de los primeros puntos de debate fue establecer el límite de euros digitales por habitante, lo que ya nos da idea de lo que supondrá el euro digital: más control sobre los ciudadanos.
La primera medida: nadie podrá tener más de una determinada cantidad de euros digitales, al menos al principio. Según el argumentario oficial, se pone este límite para evitar que los europeos transfieran todo su dinero y lo conviertan en euros digitales, vaciando los bancos tradicionales y provocando la caída del sistema. ¿De verdad en Bruselas piensan que los europeos son tan ingenuos y están deseando tener su dinero en euros digitales, controlados directamente por el BCE?
En cualquier caso, limitar una cantidad es sólo el principio y abriría la puerta a otras medidas en el futuro como, por ejemplo, fijar una cantidad máxima de dinero que un ciudadano puede ahorrar, gastar, o invertir en determinados activos.
Sin embargo, para la presidenta del BCE, Lagarde, es demasiado pronto para fijar una cantidad máxima, a pesar de que el BCE, en su día, ya habló de 3.000 euros.
No conviene engañarse: la Comisión Europea de Ursula Von der Leyen ya ha dado muestras más que suficientes de su tendencia hacia el intervencionismo. Recuerden el veto al que ganó democráticamente las elecciones en Rumanía, la amenaza antes de las elecciones en Italia o las constantes sanciones al Gobierno húngaro de Viktor Orbán.
Por cierto, es falso que el objetivo del euro digital sea dotar a Europa de autonomía en medios de pagos. ¿Acaso no tenemos bizum? En todo caso, ¿por qué no impulsar iniciativas privadas en lugar de centralizarlo en el BCE?