Caso real. Sólo diré que se trata de una iglesia tradicional, sita en Asturias, regida por una orden religiosa y lo que podríamos llamar parroquia de amplia cobertura. Una catequista veterana, de las que enseña a los niños las verdades de fe, le espeta a una voluntaria:

-¿O sea que tú también eres de las que aún cree que la María era Virgen y que Jesús no tuvo hermanos?

Lo más gracioso de la pregunta es el “aún”, como si los hechos variaran con el tiempo. Verbigracia: aún creemos que la II Guerra Mundial la ganaron los aliados pero todo evoluciona, así que en breve seguramente concluiremos que realmente la ganaron los nazis, según “las últimas investigaciones”, y gracias a la memoria histórica.

Porque la cosa no terminó así. Como en el viejo chiste, esto se hincha. La voluntaria escandalizada se fue a hablar con el párroco. No consideraba que a los niños de primera comunión hubiera que enseñarles que Jesús de Nazaret tuvo hermanitos. Y entonces su sorpresa fue mayor, cuando el señor párroco le espetó que sí, que ahora mismo creemos en la Virginidad de María pero que quién sabe si en el futuro creeremos otra cosa (seguramente por evidencia científica). Fe firme la de este mosén.

Por cierto, el pecado de nuestra catequista jefe no era la blasfemia sino la increencia en el milagro. Esto es, en que Dios, Creador del universo, fuera incapaz de crear un ser de la nada, con la colaboración libre de una mujer.

En cualquier caso, si la responsable de enseñar la doctrina cristiana a las nuevas generaciones no se cree las verdades de fe: ¿qué catecismo está enseñando? Porque nadie da lo que no tiene. Supongo que estará enseñando a los niños una meliflua interpretación sobre filantropía y solidaridad.

Y todo esto viene a cuento de que cada vez que escribo que la Iglesia atraviesa por la mayor crisis de toda su historia, hay algún lector que me recrimina: no te pases, Eulogio, la Iglesia ha sufrido muchas crisis a lo largo de su historia.

Y como las comparaciones, como las estadísticas, siempre resultan odiosas pero esclarecedoras a la par que parcialmente falsas, a lo mejor tiene razón.

Sólo diré algo en defensa de mi tesis: cuando hablo de la mayor crisis es porque otras crisis, por lo general casi todas, proceden de ataques externos. El problema de la actual crisis eclesial recuerda aquello de que “los males de la Iglesia están dentro y arriba”. Eso lo escuché en el siglo XX y aunque fue una época convulsa, la época del relativismo y el modernismo, es distinto al siglo XXI, donde impera la blasfemia contra el Espíritu Santo, esto es, la inversión de valores y principios más fuerte que yo recuerde en toda la historia: el mal se ha convertido en bien y el bien en mal, lo sagrado en impío y lo impío en sublime y adorable.

Así que, en el siglo XX, los males de la Iglesia estaban dentro y arriba; en el XXI, están dentro, arriba y abajo.

Y mira que, a lo largo de la historia, ha habido crisis para comparar. Pero en todas ellas el enemigo venía de fuera y pretendía destruir a la Iglesia. El problema ahora es mayor: el enemigo viene de dentro y lo que pretende es reformarla. ¡Temblad malditos!

En el entretanto, que alguien le dé una colleja a la catequista moderna de mi Asturias natal. A título de obra de filantropía, naturalmente.