Se vive como se reza y se reza como se vive. No lo digo yo, que conste, lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica (Punto 2752), en su última y cuarta parte, dedicada a la oración, en sus dos categorías: oración vocal y oración mental.
El comienzo del nuevo curso no debe ser mala idea para volver a practicar ambas, la vocal y la mental. Porque una de las más sublimes chorradas es aquella que nos lleva a decir que no creemos, o que hemos perdido la fe: ¿cómo vas a tener fe sino rezas, cachirulo? ¿Cómo vas a creer a aquel al que ignoras, a aquel al que no hablas?
Se vive como se reza y se reza como se vive. Yo diría más: si no rezas, no vives, eres un muerto en vida, un zombi.
Y, respecto a la oración de petición, que es en la que usted estaba pensando, algo más que también asegura el Catecismo de 1992: “No tenéis porque no pedís”.
Hay gente que se pasa años sin rezar un Padrenuestro o un Avemaría o que cuando lo oyen rezar, en algún funeral, desconectan automáticamente y hay gente que se pasa toda su vida sin hablar con Dios, es decir, sin oración mental.
¿Qué no sabemos cómo hacer oración mental? Orar es hablar con Dios… ¡Y Dios responde! Eso sí, un poquito de perseverancia: recuerden que Santa Teresa de Jesús, la mística mundial por antonomasia, se pasó una década haciendo oración mental sin sentir absolutamente nada, es decir, sin que Dios le ‘respondiera’. Luego, llegó donde llegó. Como dice el Catecismo, en la oración mental un poquito de perseverancia, por favor.
El asunto tiene su aquel por dos proposiciones indiscutibles:
1.Se vive como se reza y se reza como se vive: o vida llena o vida vacía.
Y este aforismo no es sino la antesala de toda la vida intelectual del hombre o por qué las cosas van siempre mal, que decía el Principio de Peter.
2.Segundo y no menos relevante, el pensamiento vital: se vive como se piensa o se acaba pensando como se vive.
El problema de la coherencia de vida no consiste en que quedemos mal con los demás. Los políticos, por ejemplo, no tienen otro discurso que el de defender su coherencia entre, mismamente, sus promesas electorales y su coherencia con las medidas de Gobierno que, una vez en el poder, promulgan.
Pero el asunto de la coherencia (el martirio del siglo XX, aseguraba San Juan Pablo II) entre convicciones y va mucho más allá: o se vive como se piensa o se acaba por pensar como se vive, es decir, una vida muelle y alejada del siempre necesario esfuerzo por mejorar. Una vida, perdónenme, vegetal.
Quiero decir que la coherencia no es una virtud deseable, sino una condición humana insoslayable. Siempre seremos coherentes: con nuestros principios, y eso cuesta, o con nuestros propios actos, que no tienen por qué ser producto de nuestra libertad esforzada sino de nuestra pereza reiterada.
Por eso se oyen tantos argumentos necios, insensatos, cachondeables: por eso el mundo no marcha y por eso el mundo del pensamiento se ha vuelto necio. Bueno, sólo un poquito.