Lo que está sucediendo con las llamadas estelas químicas, quimioestelas o, en inglés, chemtrails, es muy divertido. Ya saben, las estelas que se ven con frecuencia en el cielo y que, lejos de disiparse rápidamente tras el paso del avión, permanecen y se extienden durante varios minutos.
Eso es lo que se ve a simple vista -cada vez con más frecuencia, por cierto- y lo que ha llevado a algunos a sospechar que son algo más que la típica condensación del vapor de agua provocada por los motores de la aeronave. Si usted, querido lector, es uno de ellos, es porque se ha creído la teoría de la conspiración que sostiene que, en realidad, no es vapor de agua sino algún compuesto químico destinado a impactar y modificar la atmósfera. En definitiva, se está usted alejando de la versión oficial y eso es muy peligroso.
Según la Unesco, uno de los brazos del Nuevo Orden Mundial (NOM), “las teorías conspirativas pueden ser peligrosas: a menudo se dirigen y discriminan a grupos vulnerables, ignoran la evidencia científica y polarizan a la sociedad con graves consecuencias. Esto debe parar”, afirma en un documento realizado con motivo del Covid.
En esta línea oficial, la censura actual -perdón, los verificadores- se empeñan en descalificar esta teoría de la conspiración de los chemtrails argumentando que carece de “base científica”.
Lo divertido de este caso es que, mientras parte de la oficialidad insiste en descalificar a los conspiranoicos de los chemtrails, otra parte de la oficialidad no tiene más remedio que aceptar que es cierto, que desde hace varias décadas se están vertiendo en la atmósfera partículas químicas con el objetivo de influir en el clima.
Es más, la propia Unesco, con motivo de la COP 28 que se celebra estos días en Abu Dhabi, publicó el 1 de diciembre un documento en el que alerta sobre los riesgos éticos de la ingeniería climática, por ejemplo, de la “la inyección de aerosoles en la estratosfera”, justo lo que niegan los Newtral y compañía, e incluso la progre Wikipedia.
Bruselas también confirmó la veracidad de esta teoría de la conspiración cuando en el mes de junio abrió un debate sobre la geoingeniería y su impacto en el clima.
Me dirán que todo esto está muy bien, pero que ni la Unesco ni Bruselas han confirmado que las estelas que dejan los aviones sean algo distinto que vapor de agua, y es cierto. Pero no se queden en lo circunstancial -las estelas de los aviones-, vayan al fondo de la cuestión, que es el intento de manipular el clima mediante la inyección de partículas en el cielo.
“Los programas operativos para modificar artificialmente el tiempo -entre los que están incluidos los diseñados para disipar la niebla, estimular las precipitaciones de lluvia y nieve, y disminuir el granizo- están teniendo lugar en más de 50 países a lo largo del mundo”, afirma Lisa M.P. Munoz, exdirectora de prensa y editora de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), la voz de la ONU sobre el clima, en un informe de 2017.
“Desde el descubrimiento a finales de la década de 1940 de que los cristales de yoduro de plata pueden formar cristales de hielo en vapor de agua, los científicos han estado trabajando para comprender cómo alterar la manera en que el agua se forma y se mueve dentro de una nube”, señala.
En definitiva, la teoría de la conspiración de los chemtrails es cierta y no lo decimos nosotros, sino la Unesco, la Unión Europea y la OMM. Cosa distinta es que los experimentos hayan tenido o estén teniendo éxito.